“Si me quieres, dame una prueba: ¡entrégate a mí!”, dice el novio.
“Si te quiero a la mala, sí te la daré, para que te degrades tú y, a su vez, me degrades a mí”.
“Hablo en serio, te amo. ¿Cuándo vas a ceder?”, insiste él.
“No soy coche para que me pruebes; soy persona, única e irrepetible. Ceder una o dos veces equivale a rodar cuesta abajo... Hasta aquí dejamos nuestra relación. No quiero que el hombre de mi vida llegue a decirme: “¿cuántas veces has sido probada y rechazada?”.
Hay mujeres que ceden a las presiones del novio para tener relaciones sexuales, porque no quieren perderlo y porque tienen curiosidad. No se dan cuenta del peligro que lleva esa decisión: no ven que empezar a ceder es empezar a corromperse y a corromper al otro. El sexo no es un juego. La sexualidad es tan maravillosa que se ha de cuidar para alguien que valga la pena y dentro del matrimonio. Amar es querer el bien; no es fácil perseguir el bien del otro porque hay una tendencia fuerte al egoísmo. Aquel bien que le ofrecemos a la persona amada ha de ser un bien real ha de ser algo que la mejore, y no que me beneficie sólo a mí.
Cuando Bernardo de Claraval era muy joven, en cierta ocasión, cabalgando lejos de su casa con varios amigos, les sorprendió la noche, de forma que tuvieron que buscar hospitalidad en una casa desconocida. La dueña les recibió bien, e insistió que Bernardo, como jefe del grupo, ocupase una habitación separada. Durante la noche la mujer se presentó en la habitación con intenciones de persuadirlo suavemente al mal.
Bernardo, en cuanto se dio cuenta, fingió que se trataba de un intento de robo y empezó a gritar: “¡Ladrones, ladrones!”. La intrusa se alejó rápidamente. Al día siguiente, cuando el grupo se marchaba cabalgando, sus amigos empezaron a bromear acerca del imaginario ladrón; pero Bernardo contestó: “No fue ningún sueño; el ladrón entró, pero no para robarme el oro y la plata, sino algo de mucho más valor”.
Amar a alguien es desear que esa persona se desarrolle, sea mejor y alcance la plenitud a la que está llamada.
Cuentan que un profesor fue a visitar París, un fin de semana, acompañado por dos alumnos. De pronto, vieron a una prostituta parada en una esquina. Vieron que su profesor se dirigió hacia ella y le preguntó:
- ¿Cuánto cobra?
- Cincuenta dólares.
- No, es demasiado poco.
- ¡Ah!, sí, para los americanos son150 dólares.
- Es aún muy poco.
- ¡Ah, claro!, la tarifa de fin de semana es de 500 dólares.
- Incluso eso es demasiado barato.
Para entonces la mujer ya estaba algo irritada, y dijo:
- Entonces, ¿cuánto valgo para usted?
- Señora, nunca podré pagar lo que vale usted, pero déjeme hablarle de alguien que ya lo ha hecho…
Y le habló de Cristo, de su Pasión y muerte por nosotros.
La Biblia habla del valor del cuerpo y dice algo que muchos jóvenes de hoy ignoran: “Fuisteis comprados a gran precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo. El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?