Hace poco, una persona de esas a las que les gusta pensar, y que además lo hace muy bien, me sugirió varios nombres para titular un libro, que desde hace mucho tiempo ansío editar, recogiendo algunos de los artículos que he publicado a lo largo de casi diez años. Dicho sea de paso, éste es el número 500. Pues bien, entre los nombres que me propuso esta gentil persona, el que más me gustó es: “Palabras heredadas”. Para mí, dicha expresión está llena de contenido, pues si tuviera la posibilidad de analizar el contenido de lo que he escrito, llegaría a la conclusión de que gracias a mis padres, maestros, amigos y a tántas personas -a quienes me sería imposible recordar- pienso como pienso y digo lo que digo. Palabras heredadas es, en definitiva, un reconocimiento a todos ellos. Ahora sólo falta que la ilusión del libro se convierta en realidad.
Tántos siglos, tántos mundos, tánto espacio, y coincidir... dice la canción. Sin embargo son muchos quienes piensan que la “casualidad” no existe, sino más bien la “causalidad”; pues lo que sucede, sucede por algún motivo; porque alguien así lo ha determinado.
Pues bien, este artículo 500 tiene un tema -para mí- obligado, pues precisamente este día 26 de junio es aniversario del fallecimiento de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei (Obra de Dios, en Latín), Prelatura Personal de la Iglesia de la que formo parte; y para ser franco, he de confesar que, de todo mi acervo ideológico y doctrinal, a quien más le debo es a este santo. Ya sé que esta casualidad no es algo importante, pero... personalmente me resulta agradable que coincidan dos motivos de alegría.
Este sacerdote vino a revolucionar la santidad poniéndola a nivel de cancha; y al alcance de todos los bolsillos. Curiosamente, desde la época de los primeros cristianos, hasta el primer tercio del siglo XX, se abrió un paréntesis en la forma de entender la búsqueda de esa santidad, de forma tal, que se pensaba que para alcanzarla era necesario hacerse clérigo o religioso. San Josemaría predicó que desde nuestro bautismo estamos llamados a vivir coherentemente -en unidad de vida- nuestra realidad de hijos de Dios, de forma que, todo lo que hagamos se dirija al verdadero amor a Él, como nuestro Creador y Padre, y al prójimo como a nosotros mismos, pues así lo mandó el mismo Jesús. En los párrafos siguientes copio la forma de entender esa sinergia entre la voluntad de un Dios que nos quiere santos y el uso de una libertad que nos toca a nosotros administrar.
“Si interesa mi testimonio personal, puedo decir que he concebido siempre mi labor de sacerdote y de pastor de almas como una tarea encaminada a situar a cada uno frente a las exigencias completas de su vida, ayudándole a descubrir lo que Dios, en concreto, le pide, sin poner limitación alguna a esa independencia santa y a esa bendita responsabilidad individual, que son características de una conciencia cristiana. Ese modo de obrar y ese espíritu se basan en el respeto a la trascendencia de la verdad revelada, y en el amor a la libertad de la humana criatura. Podría añadir que se basa también en la certeza de la indeterminación de la historia, abierta a múltiples posibilidades, que Dios no ha querido cerrar.
“Seguir a Cristo no significa refugiarse en el templo, encogiéndose de hombros ante el desarrollo de la sociedad, ante los aciertos o las aberraciones de los hombres y de los pueblos. La fe cristiana, al contrario, nos lleva a ver el mundo como creación del Señor, a apreciar, por tanto, todo lo noble y todo lo bello, a reconocer la dignidad de cada persona, hecha a imagen de Dios, y a admirar ese don especialísimo de la libertad, por la que somos dueños de nuestros propios actos y podemos -con la gracia del Cielo- construir nuestro destino eterno.
“Sería empequeñecer la fe, reducirla a una ideología terrena, enarbolando un estandarte político-religioso para condenar, no se sabe en nombre de qué investidura divina, a los que no piensan del mismo modo en problemas que son, por su propia naturaleza, susceptibles de recibir numerosas y diversas soluciones”. (La muerte de cristo, vida del cristiano. n. 98)
Ojalá muchos de nosotros aprendamos a amar la libertad del ser humano como San Josemaría, pues sólo dentro ella podremos crecer en el verdadero amor a Dios.