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Sacerdote, ¿Por qué?

Elegir el sacerdocio es creer en el amor de predilección que Dios nos ha tenido; es creer también en que yo puedo amar a Dios, a la Iglesia, a los hombres con corazón indiviso, íntegro, total, apasionado. Y creer, finalmente, que puedo ofrecer mi vida en la Legión y desgastarla en la salvación de los hombres.
C.L. 1 Juan 4, 16 "Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él". O también les puede servir la parábola del buen samaritano (Lc 10, 29-35) viendo en ese samaritano a Cristo.
Petición: Señor, que cada día crea con más firmeza en el apasionado amor que Tú me has tenido y me tienes al quererme hacer tu sacerdote. Y al mismo tiempo, que crea en que yo también puedo amarte a Ti y dar mi vida entera en bien de los hombres.
Fruto: Salir de esta meditación con la plena convicción de que mi vocación sacerdotal es un regalo del amor misericordioso de Dios; y con la convicción de que mi sí es la respuesta y el regalo de mi amor a ese llamado.
1) ELEGIR EL SACERDOCIO ES CREER EN EL AMOR APASIONADO Y DE PREDILECCION QUE DIOS ME TIENE
¡Qué amor tan grande me ha tenido Dios! La vocación sacerdotal es el beso más profundo que Dios puede dar a una pobre creatura aquí en la tierra. Vamos a desentrañar este amor, partiendo de la parábola del buen samaritano, personificación de Dios Amor.
Creer en ese amor de Dios a mi alma. Cada día. Cada minuto. Cada segundo. Vivir en esta atmósfera. ¿Cómo ha sido y es ese amor de Dios a mi alma?
Es un amor que se ha detenido a la puerta de mi pobre casa. Había otras puertas más engalanadas, más dignas. Pero quiso detenerse en la mía, sin mérito alguno de mi parte.
Es un amor que ha bajado a mi miseria personal, que no se ha escandalizado de mi pasado, que ha sabido disculpar y comprender mi poquedad, lo humilde de mi mesa...Se ha compadecido de mí, pero con una compasión que no humilla, sino que restaura y anima.
Es un amor que sacó de su corazón lo mejor que tenía para curarme las heridas que mi alma tenía: el aceite y el vino de su cariño, de su perdón, de sus sacramentos. Y me vendó con su amor.
Es un amor que al recogerme y subirme sobre su propia cabalgadura divina, no me dejó caer sino que me dignificó, me levantó a una altura jamás soñada por mí: la misma dignidad de Dios.
Es un amor desmedido, pues me trajó a esta posada, la Legión y encomendó a sus formadores: "Cuida de él, pues está llamado a ser mi sacerdote".
¿Yo creo en este amor de Dios? ¿Lo voy experimentando cada día? ¿Lo agradezco y correspondo, pues "amor con amor se paga?
2) ELEGIR EL SACERDOCIO ES CREER EN EL AMOR QUE YO PUEDO DARLE A DIOS
a) Hay quienes creen que no pueden amar a Dios; les parece como exclusivo de almas santas. ¿Yo tan miserable y tan lleno de defectos, tan inconstante y disipado, yo tan poca cosa?
Pues sí. Puedo porque tengo corazón. Para eso Dios me dio el corazón; no para apegarlo a esta tierra y a las creaturas de este mundo. Estoy hecho para amar y entregar mi vida para una causa noble y grande, para dar mi vida por El.
Puedo porque Dios ha puesto en mi corazón su gracia para que yo le ame, pues la gracia es como una segunda naturaleza permanente, ínsita, incambiable. Desde el momento en que estamos en gracia, amamos a Dios.
Es verdad que nuestro amor es pobre, es una chispita. De todos modos, El acepta esa chispita y El mismo hará que se acreciente hasta que llegue a ser volcán, fuego de amor que impregne de perfume nuestra vida entera, y queme alrededor.
Por tanto, creamos en que podemos amarle. ¿A pesar de mi pasado? - ¡Sí! ¿A pesar de mis pecados? - ¿Por qué no?
b) Dos cosas impiden a muchos creer en su propio amor: primero, que no lo sienten. Segundo, si le amara, haría cosas extraordinarias. Pero ni una ni otra cosa experimento.
Tratando de contestar a estas objeciones, diremos. El amor no es cuestión de sentir o no sentir. Bien sabemos que el amor de Dios no se siente sensiblemente. Si alguna vez se quiere regalar a un alma, eso es otra cosa. En el mismo plano humano hay muchas cosas que no sentimos: la circulación de la sangre, el funcionamiento del páncreas.
Por tanto, es un pésimo criterio: si siento, es porque amo; si no siento, es porque no amo. ¡No! Esto es un sofisma. Se puede perfectamente no sentir nada y amar mucho. (Ejemplo de santa Teresita de Lisieux). La parte sensible es la más inferior que tenemos. Cuando no siento, no significa que no ame; más bien significa que tengo que sufrir más, que me cuesta más trabajo. Y por tanto, mi amor es más meritorio a los ojos de Dios.
Amor es esto: "No siento nada, pero, Señor, en medio de esta impotencia en que vivo, en medio de esta oscuridad, en medio de esta repugnancia, arrastrándome, venciéndome, cumplo mis deberes y me sacrifico por Ti". Si esto no es amor, ¿qué cosa es amor sobre la tierra?