En cuestiones del fin del mundo, la necesidad de conversión no es algo que suela entrar dentro del esquema mental del común de los mortales; pareciera preferible darle mayor crédito a lo que dice la New Age, las «profecías» mayas o las películas de Hollywood, que a lo que Dios mismo ha revelado a través de las Sagradas Escrituras.
En los últimos meses se ha puesto muy de moda el rescate de la «profecía» maya sobre el 21 de diciembre de 2012. Al parecer, el calendario de esa cultura aborigen americana llegaría nada más hasta la citada fecha, lo cual sería un vaticinio —según el parecer de algunas gentes— de que ese día se acabará el planeta o, al menos, la vida en él.
Pero no todos concuerdan en lo que significa esa marca del calendario. Para algunos, lo que indica es simplemente el fin del quinto mundo maya —equivalente al «quinto sol» de los aztecas—. Para otros es la llegada a nivel mundial de una «nueva era cósmica» de tolerancia y paz.
Mayas estilo New Age
Esta última postura, de clarísimas raíces New Age (Nueva Era), y muy promocionada en internet por sitios web de panteístas, hechiceros, brujos, adivinos y astrólogos, pretende que son siete las «profecías» mayas sobre el año 2012, y les da una terminología de lo más moderno y alejada del lenguaje indígena: «alineación en cruz cósmica», «lado negativo», «aceleración de la actividad solar por el aumento de vibración», «nueva realidad de armonía», «agentes de cambio», «amanecer de la galaxia», «estado de paz interior», «energía del rayo transmitido», «frecuencia de vibración alta», «nuevo ser en el orden genético», «reintegración de las conciencias individuales», «gobierno mundial y armónico», «orden universal», «sistema inmunológico», «aprendizaje del contraste inverso», «contraste armónico», «conciencia evolutiva», etc.
Lo más importante para los seguidores de la Nueva Era es que la «séptima profecía» maya no marque la llegada del fin del mundo, sino sólo de «esta civilización humana»; así, el cumplimiento de la «profecía» no tendría por qué significar ninguna calamidad, sino más bien el inicio de una «nueva conciencia cósmica».
Catástrofes previas
Al pensamiento le resulta difícil no asociar el fin del mundo con una serie previa de acontecimientos catastróficos, pues el propio Jesucristo lo reveló así: «Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas. En la Tierra las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la gente morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán. Entonces verán venir al Hijo del Hombre en una nube, con gran poder y majestad» (Lc 21,25-27). Pero, una vez aceptada esta verdad revelada en las Sagradas Escrituras, la actitud entre cristianos y paganos se vuelve diametralmente opuesta:
¡Ven, Señor Jesus!
Para el cristiano la segunda venida de Cristo y todo lo que ello implica es, a todas luces, más deseable que cualquier tranquilidad terrena. Por algo el Apocalipsis culmina con el Maranathá apremiante: «El Espíritu y la Esposa [la Iglesia] dicen‘Ven’. Que el que escucha diga también ‘Ven’ (...). El que da fe de estas palabras dice: ‘Sí, vengo pronto’. Amén. Ven, Señor Jesús» (Ap 22, 17. 20).
¡Que no se acabe! ¡Que no se acabe!
Para el pagano, en cambio, no hay nada más deseable que la vida cómoda y divertida de acá abajo, sin compromiso alguno de conversión; por tanto, no puede haber mayor tragedia, a su entender, que el final de todo ello. Esto quedó bien reflejado, por ejemplo, en la película La séptima profecía, rodada en 1988, en la cual la protagonista (Demi Moore) debe hacer todo lo posible por evitar la llegada del indeseable día del Juicio Final. Lo curioso es que cuando se exhibió en las salas de cine se corrió la voz de que esa película «sí se basaba en la Biblia», y el espectador quedaba muy satisfecho con el desenlace, feliz, de que el mundo no se hubiera acabado.
Para este noviembre se anuncia el estreno de otra cinta sobre el fin del mundo. Se trata de 2012, del cineasta alemán Roland Emmerich, que pretende apoyarse en la «profecía» maya del 21 de diciembre de 2012. Al parecer, la mejor gracia de la película son los efectos especiales, que muestran la destrucción de la ciudad estadounidense de Los Angeles por un terremoto de 10.5 grados en la escala de Richter, y la del también estadounidense parque Yellowstone, gracias a una enorme erupción. Habrá que verla para enterarse de si sólo importa —como suele suceder en el mundo del cine— lo que pasa en Estados Unidos, y de si aparece otro «héroe» que salve a la humanidad de la Parusía.
Nadie sabe el día
A fin de cuentas, muy en el fondo, la gente intuye la verdad: que, se quiera o no se quiera, tarde o temprano el mundo se acabará. ¿Cuándo? Muchos, a lo largo de la historia, han propuesto fechas y ninguno le ha atinado. Por algo advierte el Señor: «Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del Cielo, ni el HIjo; solamente el Padre» (Mc 13, 32).
Al no conocer, pues, si mañana, dentro de un mes, dentro de dos años, dentro de cien o dentro de mil el mundo se acaba, el hombre debería meditar y prepararse de alguna manera; después de todo, esa misma preparación habrá de servirle para el momento de su muerte.
¿Qué harías en la última hora?
Pero las cosas no parecen ir por ese camino. En una ecuesta realizada en Gran Bretaña por la empresa Ziji Publishing en octubre de 2007, se le preguntó a la gente qué haría en los últimos 60 minutos de su vida si supiera que un asteroide se fuera a estrellar contra la Tierra poniendo fin a la vida en el planeta. Las respuestas demuestran que la esperanza en la vida futura está más bien fuera del pensamiento de las mayorías:
+ el 54% respondió que le gustaría pasar ese tiempo con sus seres queridos o hablando con ellos por teléfono;
+ el 13% dijo que se sentaría, aceptaría lo inevitable y se serviría una copa de champaña;
+ el 9% dijo que le gustaría emplear esa hora en tener relaciones sexuales:
+ sólo un 3% dijo que lo dedicaría a la oración.