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Política y Valores

Las últimas semanas han sido particularmente molestas para los ciudadanos de este país. Por supuesto, no somos ingenuos. Todos tenemos muy claro que la política tiene mucho de sucio; que hablar de política y valores suena a una contradicción en términos. Pero este año ha sido particularmente traumatizante para la conciencia de los ciudadanos, mayoría silenciosa, que quiere el bien del País. Hemos visto extremos a los que creíamos que nadie se atrevería a llegar. O que, tal vez, antes no conocíamos por el férreo control del sistema sobre la prensa y los medios.

Por otro lado, la misma intensidad de estos escandalosos sucesos, puede cegarnos a una realidad más compleja, más difícil de evaluar en términos de blanco o negro. Corremos el riesgo del caer en la exageración, en el amarillismo y por último en la desesperanza. El respeto a la verdad puede irse perdiendo en estas condiciones.

La Verdad misma es lo que hoy está bajo ataque. Para algunos, los más cínicos, ese ni siquiera es un concepto que tenga existencia real. La verdad es relativa. No hay la Verdad, dicen. Hay tu verdad, mi verdad, tantas verdades como personas haya. Y no vale la pena ni siquiera molestarse con ella. Como Pilatos, su respuesta ante la exigencia de Verdad es decir: “¿Qué es la verdad?”, y ni siquiera esperar a escuchar la respuesta. No son muchos los que son así, pero destacan mucho por lo escandalosos que resultan, y su falta de escrúpulos les confiere una gran efectividad en algunos aspectos de la política, por lo menos en el corto plazo. Sin embargo, creo que son minoría. Una minoría vociferante, eficaz, determinada a lograr sus fines sin importar quién se les oponga. Pero minoría al fin.

Conforme pasen las semanas y se acerquen elecciones federales y locales, estas minorías se radicalizarán, sin duda. Pero hay otro problema. La mayoría, los que tratamos de no ser así, nos estamos desesperando al ver que nadie, al parecer, combate a la mentira; y esta desesperación está llevando a mucha gente buena a exagerar, a parcializar, a juzgar sin objetividad, en definitiva a mentir, para atacar a esa minoría. Y esto es muy grave. Recientemente he recibido, cada vez con mayor frecuencia, correspondencia de personas buenas, concientes de sus valores, deseosos del bien del país, conteniendo exageraciones, algunas graves, sobre los personajes que, al parecer, están llevando este país al abismo. A la mentira no se le combate con verdades a medias, con exageraciones ni con mentiras de sentido contrario. No todo se vale para desacreditar al contrario. En esta guerra política, la primera baja está siendo la Verdad. ¡Qué terrible!

No veo nada peor para nuestro futuro, que una situación donde las mayorías de nuestro país dejen de amar la Verdad. Ninguna quiebra económica, financiera o política tendría un impacto tan severo como esta catástrofe. La desesperanza nos está afectando. ¿Qué hacer? Vigilarnos, vigilarnos constantemente; revisar nuestras palabras, nuestras reacciones, nuestra objetividad. No podemos darnos el lujo de perder la Verdad como valor. Y el primer campo de batalla donde debemos defenderlo, es en nuestro comportamiento.