Es urgente denunciar y advertir a las mujeres que la píldora RU-486, una píldora abortiva «casera» que se usa en las primeras semanas de embarazo, puede provocar graves daños e incluso la muerte de la madre.
Es urgente dar un claro aviso sobre estos peligros. Pero hacerlo es no sólo insuficiente sino, por desgracia, engañoso. Porque, incluso, si esa píldora fuera «perfeccionada» y no implicase peligros graves para la salud de la madre, no por ello dejaría de ser un producto orientado a una de las mayores injusticias: el asesinato del hijo en el seno materno.
Necesitamos denunciar con fuerza el uso de productos farmacéuticos que son altamente peligrosos para las madres y para sus hijos. Nunca será justa una sociedad que admite que las madres puedan terminar con la vida de sus hijos. Nunca será sana una sociedad que se preocupa sólo de los daños de tales productos en las madres (daños que algunos consideran «leves» o que se producen en porcentajes bajos) mientras olvida y casi margina el terrible hecho de que tales productos van directamente contra la vida de los hijos.
El mundo vive una esquizofrenia absurda al preocuparse sólo por unos seres humanos, los adultos, que tienen ya plena tutela jurídica, y al dejar de lado, olvidar o incluso aceptar la muerte provocada de otros seres humanos, embriones pequeños pero no por ello menos dignos de respeto, de amor, de justicia.
La píldora RU-486, como cualquier otro método abortivo farmacológico o quirúrgico, debe ser señalada y erradicada como uno de los peores males sociales. Lo cual implica promover un mundo abierto a la vida, disponible a ofrecer ayudas a cualquier mujer durante los meses de embarazo y de los primeros años de vida del hijo.
Vale la pena recordarlo: los abortos farmacológicos o químicos, como cualquier otro tipo de aborto, son una injusta realidad que surge cuando la maternidad es vista como un obstáculo a los propios planes personales. En realidad, no existe mayor belleza en el caminar humano que la de quienes se abren generosamente a los demás, especialmente cuando esos «demás» son los más cercanos, los más indefensos, los más pobres: los propios hijos.