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Los santos inocentes

Posiblemente, la menor de las celebraciones navideñas sea la de la matanza de los Santos Inocentes. Puesta en términos muy simples: Herodes el Grande, rey de Israel, supo que había nacido el Rey de los judíos y, por temor a perder su trono, mandó matar a todos los niños menores de dos años en una pequeña aldea de su reino. El nuevo Rey de los Judíos era Jesús, y la aldea era Belén.

Según la tradición, los niños asesinados fueron 30. No muchos, para lo que se usa en estos tiempos. Además, no había los medios de comunicación que hay ahora; probablemente el hecho pasó desapercibido para la gran mayoría; solo las familias de los niños los lloraron. Y Dios, por supuesto. Y María con José.

El siglo XX nos trajo matanzas de inocentes mucho mayores. Millones de niños murieron en el Holocausto; probablemente millones más en las grandes matanzas de Armenios en los últimos años del imperio turco, muchos millones más en la Unión Soviética de Stalin; por no hablar de los bombardeos indiscriminados en la segunda guerra mundial, atómicos o convencionales. La postguerra, las guerras de guerrillas, las matanzas tribales en África, los campos de la muerte de Camboya, las minas antipersonales, la tragedia de los niños soldados, han traído aún mayores matanzas de inocentes. Eso, sin contar los millones de niños abortados cada año.

Como en aquellos tiempos, la matanza de los inocentes pasa desapercibida. Son sólo niños, dirán algunos. Son sólo fetos, productos, embriones, preembriones, mórulas… todos esos nombres técnicos que se usan para no decir qué, en el aborto, mueren niños. A los Santos Inocentes de tiempos de Jesús, los lloraron sus madres. A los de hoy… a veces ni siquiera sus madres los lloran. Solo Dios los llora y, quiero creer, los recibe en el Paraíso. Los Santos Inocentes dieron su vida para que un rey, anciano por cierto y que murió poco después de la matanza, pudiera estar tranquilo: su trono no peligraba. Muchos niños hoy mueren para que los varones que los engendraron no enfrenten sus responsabilidades, para proteger la tranquilidad económica de sus familias, para evitar la vergüenza, el estigma social para sus madres… por tantas otras causas. Y nosotros no los lloramos; nosotros, como sociedad, no sentimos la gran tragedia que esto significa. ¡Qué fría e insensible es nuestra civilización moderna!

Este día de los inocentes, amiga, amigo, además de las simpáticas inocentadas, celébralo con un momento de oración. Por los niños y niñas ya formados que siguen muriendo en guerras sin sentido (¿habrá de otras?), por las víctimas de la violencia en las calles. Por los millones de mujeres que abortarán este nuevo año, muchas de ellas inocentes también, porque habrían sido engañadas, presionadas, manipuladas para que tomen ese paso. Muchas de ellas, casi niñas también. Reza por los niños a los que se les daña con la violencia, el abuso sexual, el escándalo (en el sentido evangélico del término). Y reza también por los que vemos todo esto sin que se nos mueva el corazón.