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Los ángeles, nuestros amigos invisibles

Para saber

Hay dos fiestas litúrgicas cercanas que tienen algo en común: se refieren a los ángeles. Una es el 29 de septiembre, en que celebramos a tres arcángeles: San Miguel, San Gabriel y San Rafael. Y la otra es el 2 de octubre, día dedicado a los Santos Ángeles Custodios.

Estas fechas nos pueden llevar a considerar nuestra relación con ellos. Las Sagradas Escrituras nos hablan constantemente de los ángeles y nos revelan que han estado presentes en momentos muy importantes en la Historia de la Salvación.

Por ejemplo, el Arcángel San Gabriel fue el encargado de ir con la Virgen María para anunciarle la feliz noticia de haber sido escogida para ser Madre de Dios. Es un ángel quien le habló en sueños a San José para que recibiera a la Virgen María como esposa. Una vez que Jesús nace, son los ángeles quienes dan la trascendental y alegre noticia a los pastores.

Asimsimo, un ángel previene a San José para que huya a Egipto ante el peligro que corría el niño Jesús por culpa de Herodes. Al final de la vida de Jesús, encontramos a un ángel consolándolo antes de su Pasión. Son también ángeles quienes anuncian la feliz noticia de la resurrección de Cristo a las mujeres que visitan su tumba.

Pero así como están presentes en esos acontecimientos importantes, también nos acompañan en todos los momentos de nuestra vida ordinaria.

Para pensar

En Perú hay una zona montañosa con profundos barrancos llamada Yauyos. Se cuenta que hace años unos sacerdotes la atendían, pero se les dificultaba el acceso a las diversas comunidades, pues entre una y otra había que sortear esas montañas por angostas veredas. Sólo se podía llegar montando lentamente a caballo y siempre con el peligro de que la lluvia cortara los caminos con deslaves.

Uno de los sacerdotes que atendía esa región, el Padre Alfonso, solía encomendarse a su ángel custodio en esos viajes que solían durar más de un día. En una ocasión, en época de lluvias, se dirigió a un pueblo colgado de la ladera de los Andes. Después de varias horas de cabalgar, y estando en lo alto de una montaña en un estrecho camino, se le ocurrió bajarse para ajustar la silla y las alforjas.

Iba a volverse a subir, pero decidió caminar un rato para “estirar las piernas”. Le dio una palmada en las ancas al animal para que fuera por delante. En cuanto continuó, el caballo pisó un tramo que se desmoronó y se vino abajo. El animal cayó rodando cientos de metros hasta el fondo de la quebrada entre el estruendo de las piedras.

El padre Alfonso miró desde arriba cómo el caballo perdía la vida quedando inmóvil al fondo del barranco. Inmediatamente pensó que él pudo quedar tirado en ese lugar, si no fuera por esa “inspiración” de caminar, que de seguro se la debía a su ángel de la guarda.

Para vivir

Dios ha querido darnos una ayuda en nuestro caminar, y dispuso que cada persona cuente con la ayuda de un ángel.

Dado que pueden aconsejarnos, suscitar imágenes o recuerdos, podemos acudir con frecuencia a ellos, por ejemplo, a no distraernos en nuestras oraciones, o incluso en cuestiones humanas. Sin coaccionarnos, nos persuaden sobre lo que hay que hacer o no hacer.

Cabría preguntarnos si los tratamos como a unos buenos amigos, y si les tenemos la reverencia debida.