El obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda tiene mala prensa: gran parte de los periodistas y medios lo tratan mal, y lo que dice lo magnifican en contra o le atribuyen significado negativo.
Será por sus puntadas o porque resultó un prelado exitoso para arbitrarse fondos para su ministerio, pues en un santiamén construyó su magnífica catedral, gracias a donativos de importantes financieros y aun políticos, sus compañeros y amigos de juventud o profesión, anteriores a ser sacerdote.
Pero si no le regatean sus conocimientos taurinos, tampoco tienen por qué hacerlo con su ciencia jurídica, como abogado que es.
En tal tesitura acaba de declarar que no hay Estado laico en México, porque al Estado lo componen un pueblo, un territorio y un gobierno.
Como nuestro pueblo es en mayoría católico, no puede llamársele laico, y un territorio no puede tener tal connotación: habrá a lo sumo un gobierno laico y debe serlo por mandato de ley. Pero es un error hablar de un Estado laico entre nosotros.
Por otra parte, laico significa que no profesa ninguna religión; pero en manera alguna, que sea ateo; sino es imparcial respecto de los credos religiosos, no enemigo de ninguno de ellos, ni tampoco de Dios.
Sólo que a muchos de los políticos se les llena la boca con invocar cada rato al Estado laico por ignorancia y aun pereza intelectual, como citan el dicho evangélico de “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
En éste pretenden apoyar su Estado laico y que el Estado mexicano debe estar en contra de la Iglesia, como quisieran ellos; pero no tienen base en la ley, ni siquiera en las de Reforma, pues la separación entre Iglesia y Estado no es ni puede ser sinónimo de antagonismo.
Para no ir tan lejos lo de “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, más bien va contra de la apetencia de los políticos ignorantes, ya que en buen romance significa que no hay que mezclar dos jurisdicciones, la del Estado y la de la Iglesia, porque ambas tienen su carril propio.
Ni puede despojárseles de sus atributos y pertenencias.
Pero los políticos de marras se brincan las trancas y quisieran quitar lo suyo a la Iglesia y eso no es nuevo, ha sido la puja de anticlericales, jacobinos y anticatólicos, no sólo en México y nuestra historia, sino en todas partes.
Ahora bien, hay que preciar que laico no es sinónimo de ateo, porque Dios está por encima de los estados, los gobiernos y las religiones.
Por otro lado, si algún sacerdote o dignatario eclesiástico opina de política no viola la ley, pues como ciudadano tiene derecho a expresar su punto de vista sobre problemas o situaciones del país.
Al hacerlo, por ejemplo, sobre proyectos de ley o leyes aprobadas respecto del aborto, uniones gay y adopción por éstas de niños, ejerce su libertad de expresión, como ciudadano mexicano, y de ninguna manera es intromisión de la Iglesia en asuntos del Estado.
No hay razón, pues, para que políticos ignorantes o de mala fe culpen a los sacerdotes de violar la separación de Iglesia y Estado, pues les asiste –se insiste- el derecho de tratar los asuntos y problemas del país, como a todos.
Es falso, por tanto, que la Iglesia se inmiscuya en los asuntos del Estado, así se trate de un cardenal o arzobispo, pues son mexicanos -valga reiterar- con plenos derechos políticos.
Atacarlos por ello es intolerancia de aspirantes a dictadores, contrarios a que contradigan o refuten sus ideas, porque carecen de argumentos para sostenerlas, y recurren a la sinrazón y al ataque furibundo, por más que se digan demócratas.
Esas personas son amantes de invocar el diálogo, pero un diálogo falaz, ya que en realidad rechazan oir siquiera a quienes disienten de ellos y temen entablar una discusión civilizada. Vociferan para encubrir su pavor a polemizar con razones.
Que un obispo se oponga al aborto no indica que lo está haciendo la Iglesia, por más que él sea su jerarca y se finque en la doctrina de ella; es él quien ejerce su libertad de opinar sobre cuestiones de su patria como ciudadano.
Es, por tanto, ilegal e intolerante que traten de coartarle ese derecho. Y recuérdese que nuestros grandes juristas enseñan y demandan no sólo el respeto a los derechos de los mexicanos, sino que México se convierta en un país donde reluzca el pleno ejercicio de todas las prerrogativas, entre las que son básicas la de pensamiento y de expresión.
Quienes actúan al revés muestran ignorancia y aun mala fe por carecer de ideas para sostener sus dichos, que ni a convicciones llegan; a lo sumo a caprichos, con los cuales no debe y es insano pretender gobernar al país.