El pensamiento contemporáneo con frecuencia recela de la religión; la considera un peligro latente, porque ve en ella propensión al fanatismo, a la intolerancia, cuando no a la violencia. El laicismo ha nacido como una manera de protegerse de los efectos perniciosos de la religión. Ahora bien, la religión así entendida es solo un fantasma, nada tiene que ver con la religión como dimensión humana natural y básica; son de temer las patologías de la religiosidad, como el fundamentalismo. No es sano ni justo definir una especie por el caso atípico, irregular o enfermo. Tomar una célula cancerígena y proponerla como modelo de las células humanas no es justo ni correcto; tomar la religiosidad enferma y erigirla en paradigma de lo religioso es por lo menos tendencioso.
El Papa en su reciente encíclica explora una línea intermedia entre laicismo y fundamentalismo; ni excluir la religión, ni elegir la religión deformada, sino defender formas auténticas, humanas de religiosidad. La vía que permite realizar una síntesis y una criba de los elementos auténticamente religiosos es la ley natural. “En todas las culturas se dan singulares y múltiples convergencias éticas, expresiones de una misma naturaleza humana, querida por el Creador, y que la sabiduría ética de la humanidad llama ley natural. Dicha ley moral universal es fundamento sólido de todo diálogo cultural, religioso y político, ayudando al pluralismo multiforme de las diversas culturas a que no se alejen de la búsqueda común de la verdad, del bien y de Dios. Por tanto, la adhesión a esa ley escrita en los corazones es la base de toda colaboración social constructiva”. El diálogo interreligioso e intercultural es posible porque todos participamos de una naturaleza común y buscamos la verdad. Las religiones con sus códigos éticos ayudan a conformar la vida de acuerdo a las exigencias de la naturaleza. Por eso mismo la religiosidad no es una dimensión a tolerar dentro de la sociedad pluralista, sino a promover, en la medida en que fomenta una conducta humana adecuada, proporcionando las energías morales para vivir correctamente y trabajar por el bien común
Pero la religiosidad para desarrollarse armónicamente necesita el espacio vital adecuado, aire para respirar, no encorsetarse en las estrecheces de la sacristía o la conciencia. “La religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lugar en la esfera pública, con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica y, en particular, política. La doctrina social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa «carta de ciudadanía» de la religión cristiana. La negación del derecho a profesar públicamente la propia religión y a trabajar para que las verdades de la fe inspiren también la vida pública, tiene consecuencias negativas sobre el verdadero desarrollo. La exclusión de la religión del ámbito público, así como, el fundamentalismo religioso por otro lado, impiden el encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad. La vida pública se empobrece de motivaciones y la política adquiere un aspecto opresor y agresivo. Se corre el riesgo de que no se respeten los derechos humanos, bien porque se les priva de su fundamento trascendente, bien porque no se reconoce la libertad personal. En el laicismo y en el fundamentalismo se pierde la posibilidad de un diálogo fecundo y de una provechosa colaboración entre la razón y la fe religiosa. La razón necesita siempre ser purificada por la fe, y esto vale también para la razón política, que no debe creerse omnipotente. A su vez, la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano. La ruptura de este diálogo comporta un coste muy gravoso para el desarrollo de la humanidad”.
El equilibrio propuesto por el Papa para salvar los peligros creados por el fundamentalismo y el laicismo estriba en alcanzar un adecuado balance entre fe y razón. Una fe que excluya su dimensión racional puede facilitar o promover la manipulación, decayendo en superstición o fundamentalismo; una razón que rechace por principio la fe, es insuficiente y se vuelve inhumana. Fe y razón van de la mano, deben entablar un diálogo constructivo, del cual se beneficia toda la sociedad. El cristianismo tiene mucho que aportar a la vida social en la medida en que no teme establecer ningún diálogo científico, cultural o religioso. Aporta además una carga moral importante para crear una sociedad justa; fomenta que los hombres actúen con base en principios y valores y no exclusivamente de cara sus intereses particulares. Es un error oponer religión a desarrollo, por el contrario podría decirse que la religión es condición del auténtico desarrollo, por promover la solidaridad y la fraternidad humanas, el respeto a la autoridad, la confianza en la razón y la búsqueda sincera de la verdad.