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La voz de la fuerza

El rey quería comprar un campo concreto, el campo del vecino. El propietario se niega: no vendería nunca lo que había recibido de sus padres. Tenía, además, la ley a su favor.

La reina piensa un plan: paga a dos miserables para que den falso testimonio contra el campesino intransigente. Con los “testigos” se inicia el juicio, se condena a muerte a un inocente. El rey ya puede pasearse por el campo que tanto anhelaba.

La historia, narrada en la Biblia (1Re 21,1-6), ha ocurrido miles de veces y de muchas maneras distintas a lo largo de los siglos.

Hoy los métodos son más sofisticados, más sutiles. Además, existen poderosos medios de comunicación (prensa, radio, televisión, internet) que permiten una amplia y rápida difusión de calumnias y mentiras para denigrar completamente a cualquier enemigo, para cerrarle por completo las puertas de la convivencia social.

El mundo de la información está lleno de noticias y pseudonoticias que tienen su origen en intereses turbios. Los poderosos de hoy (en el mundo de las finanzas, de la empresa, de la política, de los sindicatos, de los laboratorios, de las sectas) saben lo fácil que es financiar un medio informativo, ganarse al director del mismo, marcar una línea editorial, y usar su voz como instrumento de fuerza contra los adversarios.

Hay que abrir los ojos a esta realidad: no existe una verdadera libertad de prensa. Más aún: en nombre de la “libertad” hay quienes manipulan y controlan agencias de noticias y medios informativos para defender sus interesen. Establecen una ley tácita según la cual sólo llegan a la gente algunas noticias, en las que se mezclan verdades y falsedades, indicios probables y suposiciones infundadas, mientras que otros hechos son silenciados por completo.

La voz de la fuerza se ha impuesto en el mundo de la información. Genera sentimientos de odio hacia personas o grupos (religiosos, políticos, financieros, etc.). Etiqueta a inocentes con acusaciones inventadas. Arrincona a los “rivales”.

Muchos periodistas se someten al dictado de sus jefes, “investigan” sobre delitos inexistentes: siempre es posible encontrar a miserables dispuestos a inventar calumnias, a acusar a personas inocentes. No faltan luego los premios periodísticos a reporteros “ejemplares”, premios que son financiados, obviamente, por los mismos grupos de poder que controlan los mecanismos de la opinión pública.

Existen, sin embargo, periodistas auténticos, hombres y mujeres comprometidos con la tarea de ofrecer informaciones auténticas, evaluadas con profesionalidad y con un sentido de servicio a la verdad. Saben recoger una presunta noticia, la estudian con seriedad, la contrastan con otras fuentes. Si se trata de personas o de empresas, buscan un contacto honesto con el interesado, dejan espacio a la defensa del acusado.

Al informar, lo hacen sin dejarse influir por el jefe de redacción o por el director del medio informativo, y dan espacio sólo a aquellos puntos de vista que tengan garantía de cierta vericidad. En ocasiones, aplican una sana autocensura para no hacer correr en el mundo de la televisión o de la prensa suposiciones sin fundamento que, de un modo más o menos evidente, han sido originadas por corazones llenos de rencor o por individuos pagados con buenos dineros para denigrar a ciudadanos merecedores de respeto.

Existen, sí, esos periodistas, aunque a veces uno piensa que no lo tendrán fácil a la hora de buscar trabajo, o que podrán perderlo si no bailan según la música que imponen a un medio informativo los poderosos que lo financian. Existen, y pueden hacer mucho bien, incluso si son despedidos, porque con su autenticidad y con su coherencia rompen el ciclo de miedo y de coacciones que domina en no pocos rincones del planeta. Clavan, así, una lanza de honestidad en el mundo de las noticias.

Nos duele el triunfo de tantas mentiras, la actitud prepotente de quienes controlan el mundo de la información, la herida profunda que produce el ver cómo se calumnia a un amigo o a una institución o grupo que sabemos bueno. Mil mentiras, sin embargo, sólo pueden crear apariencias y humo. Toneladas de calumnias no hacen malo al que tiene limpia su conciencia, ni mejoran el mundo a pesar de la victoria efímera que consiguen quienes abusan de su fuerza y controlan el mundo de la prensa.

El mal, como señala Tolkien en una de sus novelas, puede volverse contra quienes lo cometen. El bien, en cambio, beneficia a todos. También en el mundo de la noticia, entre los profesionales de la información, la ética será siempre, a pesar de fracasos aparentes, el camino mejor, la esencia más profunda de quienes, como periodistas, se comprometen a no dejar pasar nunca una mentira, y buscan sólo difundir verdades que ayuden a construir un mundo más solidario y más honesto.