Tras la muerte de una persona concreta (un estudiante, un obrero, un político) se desata en ocasiones una furibunda violencia callejera.
Algunos piensan que la causa de tal violencia es precisamente esa muerte: ha habido una injusticia, y grupos de personas responden con violencia ante la muerte de alguien a quien consideran “suyo”.
En realidad, la verdadera causa de esa violencia no ha sido la muerte de una persona. Esa muerte fue simplemente la ocasión, el motivo, la excusa, la chispa aprovechada para quemar coches, asaltar tiendas, destruir cristales, atacar a la policía. Pero la verdadera causa de todas esas violencias está en los corazones, en las mentes, en los proyectos de los hombres.
Al mismo tiempo, en otras situaciones miles de inocentes no responden a la violencia con la violencia. Porque son ciudadanos honestos que no se toman la justicia por su mano. Porque saben que una víctima no resucita a base de incendiar bidones de basura, de romper escaparates, de atacar edificios públicos.
La verdadera raíz de muchas violencias callejeras está, por lo tanto, en la perversión de quienes desean vengarse a costa de dañar a inocentes. De quienes buscan aprovechar una ocasión para promover proyectos violentos, antidemocráticos, como hicieron los nazis, los comunistas, los anarquistas, o tantos grupos subversivos del pasado y del presente.
Frente a esa perversión profunda, frente a la violencia de grupos prepotentes y amantes de las agresiones arbitrarias sobre inocentes, las autoridades públicas, la prensa, la cultura, y esa inmensa masa silenciosa que forman los millones de seres humanos honestos y auténticamente democráticos sabrá responder con una actitud firme y decidida.
Nunca la muerte de una persona, aunque sea por culpa de algún policía, justifica la violencia gratuita sobre ciudadanos que nada tienen que ver con lo ocurrido. Nunca un estado de derecho puede claudicar, si de verdad sabe lo que significa la responsabilidad política, ante violencias que tienen mucho de barbarie, de injusticia y de prepotencia totalitaria.
Existe otro modo de responder a una muerte de un amigo que tenga como causa un acto delictivo, un abuso de poder, sea quien sea el culpable (un policía o un manifestante, un político o un simple ciudadano): aplicar medidas inmediatas para que el infractor no pueda dañar a otras personas, y para que sea juzgado en tribunales donde no prevalezcan las emociones, sino un auténtico y profundo sentido de la justicia.
La violencia ha de ser castigada venga de donde venga, sea cometida por alguien vestido de uniforme o por manifestantes dominados por odios irracionales o por actos vandálicos muchas veces muy bien planificados. Cualquier persona que dañe la vida o los bienes de otros seres humanos merece ser castigada. Sólo así podremos vencer la injusticia con la justicia, y promover sociedades donde no se imponga el más violento, sino el más honesto.