Pasar al contenido principal

La pena de muerte

La pena de muerte

 

El P. Fausto Gómez imparte clases de bioética en una universidad católica de Filipinas. Un día habla de la pena de muerte, y se muestra abiertamente contra ella: es urgente abolirla como instrumento penal.

Pero una estudiante no parece estar de acuerdo. La chica pide la palabra y dice: “Padre, yo estoy a favor de la pena de muerte”. El padre le pregunta: “¿Eres cristiana?” Ella responde: “Sí”.

Entonces el P. Gómez señala con un dedo el crucifijo que preside el aula: “¿Ves a Cristo en la cruz? ¿Piensas que Jesús estaría a favor de la pena de muerte para los criminales?”

La chica responde: “Creo que Jesús iría contra la pena de muerte de cualquier persona”. Luego permanece pensativa por unos instantes y añade: “Por lo tanto, también yo estoy en contra de la pena de muerte”.

Algunos intelectuales repiten una y otra vez que ser cristiano es sinónimo de ir contra la ética pública, es querer imponer ideas religiosas a toda la sociedad. Este sacerdote y esta chica nos muestran, en cambio, que ser cristiano es defender valores muy profundos, como el respeto a la vida, que valen para todos en la vida social. También para los criminales, los niños no nacidos, los ancianos, los enfermos.

Aquí radica la fuerza de la fe cristiana: nos lleva a descubrir valores humanos, y no sólo humanos, y a proponerlos a la vida social con alegría y convicción.

Defender la dignidad de cualquier ser humano, también del criminal, es algo que puede resultar difícil a algunos. Pero desde la fe, y con la fuerza que da el mirar a Cristo en la Cruz, podemos dar ese paso. Un paso que también han dado muchos no creyentes, un paso que algunos que dicen creer no llegan a dar a veces porque se dejan llevar por otros elementos de juicio que no siempre van de acuerdo con el Evangelio.

Una universitaria ha comprendido algo nuevo. Desde su “descubrimiento” también nosotros podremos apreciar más el valor de cada vida humana. Un valor que nos llevará a trabajar en favor de los niños no nacidos, de los enfermos, de los ancianos, de los presos. Un valor descubierto desde la mirada a un crucifijo en el que guarda silencio un Hombre que dio su vida porque nos amaba a todos. También cuando estábamos lejos, también cuando éramos pecadores...