1. JESÚS INTERVIENE EN LA VIDA SOCIAL
La predicación de Jesús sobre el Reino de Dios no concierne sola ' mente a las personas, sino también al "mundo de las personas", es decir, a las relaciones humanas, a la vida social. En tiempos de Jesús los verdaderos dirigentes de la vida religiosa y social son, para la gente del pueblo, los es cribas y fariseos. Ellos son más temidos, e incluso respetados, que las fuerzas de ocupación romanas o el sumo sacerdote del Templo de Jerusalén.
Los escribas son teólogos que conocen a fondo las Escrituras, la ley y las tradiciones religiosas del pueblo judío. Los fariseos, grupos de laicos; muy fervientes, dan gran importancia al culto, a la plegaria y a las obligaciones religiosas. Observan la Ley y las prescripciones legales al pie de la letra y esperan otro tanto del pueblo. Tienen gran influencia moral y social y disponen, para cada caso que pueda presentarse en la vida ordinaria, de una solución inspirada creen ellos en las tradiciones religiosas y en los comentarios oficiales de la Ley mosaica. Están llenos de buenas intenciones y persuadidos de ser guías seguros, modelos ejemplares para el pueblo.
Pero no son perfectos del todo. Tienen un defecto capital que Jesús denuncia con fuerza: ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo. Descuidan la justicia, la misericordia y la buena fe. Dicen y no hacen; atan pesados fardos a las espaldas de los otros y ellos rehúsan mover la punta de un dedo. Todo esto no puede soportarse, debe ser cambiado.
En tiempos de Jesús, en su patria, las diferencias sociales están rígidamente marcadas. Hay ricos y pobres, parientes y extraños, sacerdotes de Jerusalén y levitas en las ciudades, fariseos, saduceos, publícanos. Las relaciones entre los grupos sociales están regidas por convenciones, tradiciones, reglamentos, a veces muy estrictos. Unas cosas son desaconsejadas, otras prohibidas. Así, por ejemplo, se evita frecuentar a los pastores, curanderos, sastres, barberos, carniceros y publícanos. Son profesiones despreciadas y convierten en execrables a los que las ejercen.
¿Cómo se comporta Jesús ante los prejuicios y convencionalismos sociales? Con mucha libertad. No concede importancia a ciertas observancias como lavarse las manos antes de comer, y rechaza, además, esos convencionalis mos que rigen las relaciones de los hombres de su país. Frecuenta a todo el mundo, se dirige a todo el mundo. Busca el contacto con los más pobres, con los marginados, con los que son despreciados. Y a los que se escandalizan les dice: "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Estos son los que tienen necesidad de médico".
Jesús acoge también a los paganos, es decir a los no judíos. Conversa con las prostitutas, cena con Zaqueo (que tenía tan mala reputación), acepta como apóstol a Judas Iscariote, hombre ambicioso que le traicionará; tres guerrilleros se hacen discípulos suyos y encuentra normal que las mujeres le acompañen en sus desplazamientos, lo cual resulta sorprendente en aquella época La "gente bien" comenta: "Es un comilón y un bebedor, un amigo de publícanos y pecadores".
Jesús critica el orden social de su tiempo, que no es más que un orden en el desorden. Para entrar en el Reino que anuncia es preciso cambiar radicalmente el fondo de los corazones, las relaciones entre los hombres: "Muchos de los primeros serán los últimos, y los últimos los primeros. Los publícanos y las prostitutas están más próximos al Reino de Dios que vosotros". ¿Por qué?
Porque, no siendo nada socialmente, los pobres, los marginados, los excluidos, no tienen nada que perder y mucho que esperar. Están mejor preparados para recibir el mensaje de Jesús y llevarlo a la práctica. No sucede lo mismo con los fariseos, bien adaptados a un sistema social que han creado en su propio interés: tienen buena reputación, religión, están seguros de que Dios está de su parte. Triste ilusión, explica Jesús en la parábola del fariseo y el publicano.
La Buena Nueva anunciada por Jesús, obliga a una conversión que pone en quiebra la solidez y la seguridad de la Ley. Aquella obliga a los que son alguien, a reconsiderar su postura, a "desinstalarse". Supone una revolución en las relaciones humanas.
Ante esta radical contestación del orden establecido, los fariseos reaccionan violentamente. Murmuran y se burlan de Jesús. Le acusan de estar poseído por el demonio, esparcen noticias insidiosas para perjudicarle y desacreditarlo. Intentan desembarazarse de él y matarlo. Reuniendo motivos de acusación contra Jesús, estarán entre aquellos que le harán condenar a muerte.
Pero Jesús no se deja intimidar. Continúa predicando la conversión del corazón, la fraternidad universal. El tiempo apremia: "Se ha cumplido y el Reino de Dios está próximo".
2. EN RESUMEN.
Los bienes. Jesús pide al rico que venda lo que tiene y lo entregue a los pobres. El Reino de Dios provoca una nueva manera de repartir lo que se posee.
Las mujeres. Jesús habla con ellas, aún con las extranjeras. No las aparta de El, como se hace en la Sinagoga. El Reino de Dios considera iguales al hombre y a la mujer.
El matrimonio. Jesús protesta contra el repudio de las mujeres por sus maridos y por motivos arbitrarios, como lo autorizaban algunos rabinos y proclama la indisolubilidad del matrimonio.El Reino de Dios invita a la pareja al respeto y al perpetuo amor
Los niños. Jesús les testimonia su interés y ternura, mientras que la sociedad los separa y los considera seres inferiores. El Reino de Dios es para los que, como ellos, tienen una posición tenida en poco.
La familia. Para Jesús los lazos de parentesco no son un absoluto. Los que "hacen la voluntad del Padre" son para El "madre, hermanos, hermanas , etc."
La gente "impura". Jesús frecuenta la compañía de pecadores mientras que 'los justos" se alejan de ellos. Jesús cambia las categorías de puro e impuro.El Reino de Dios no excluye a nadie.
Los rituales de pureza. Jesús no atribuye importancia a los ritos de purificación, en particular antes de las comidas. El Reino de Dios pide pureza en la intención profunda, en el corazón del hombre.Las familias "impuras". Al lado de aquellos cuyo árbol genealógico establece la "pureza", hay familias manchadas, por alguna unión ilegítima, por ejemplo. Para llegar a ser sacerdotes, ejercer ciertas funciones, participar en la salvación que traerá el Mesías, es preciso estar entre los "puros". Jesús no se preocupa de estos exclusivismos. El Reino de Dios esta abierto para todos.
Los oficios despreciados. Se hicieron listas de oficios des preciados: los que favorecen la inmoralidad en los transportes (asnero, camellero, marinero); los que son ocasión de ganancias excesivas (pastor, médico, carnicero, recaudador de impuestos); los oficios repugnantes (recogedor de basuras para curtir, fundidor de cobre, curtidos); los oficios que ponen en relación con mujeres (vendedor ambulante, lavandero, etc.). Jesús frecuenta el trato de los recaudadores de impuestos. Toma a uno por apóstol, .Los relatos de su nacimiento conceden lugar de honor a los pastores. El Reino de Dios privilegia a los marginados.
Los pecadores. Jesús perdona sin preocuparse de los sacrificios penitenciales que se deben cumplir en el Templo de Jerusalén. Perdona los pecados "a ojo" si se puede, hablar así. El Reino de Dios regenera la vida sin recurrir al Templo.
El Templo. Jesús morirá a causa de su toma de posición respecto al Templo.
Los paganos. El va hacia ellos. Los primeros cristianos insistieron sobre esta conducta de Jesús. Pero muchos, comprendido San Pedro, tendrán dificultad para decidirse a comer con los no judíos.El Reino de Dios es para todos los hombres.
Los escribas. Son los especialistas en la Ley oral, en las tradiciones. Después de una larga formación reparten su tiempo entre la oración, el estudio y el trabajo manual. Son muy estimados y se piensa que poseen los secretos de Dios. No se puede ser ordenado "doctor" antes de los 40 años. Jesús ni es escriba, ni hace referencia a las tradiciones. Enseña con "autoridad" porque tiene "algo que decir". En fin, afirma que a los "pequeños" y no a los especialistas revela el Padre su Reino.
El Sanedrín. Es el consejo que gobierna a los judíos y ejerce la justicia. Se compone de sacerdotes, ancianos (aristocracia laica), escribas (frecuentemente fariseos). Está presidido por el Sumo Sacerdote. Se ocupa de las relaciones con el poder romano, de los impuestos, de la Ley, etc. Jesús habla de "servicio" cuando se trata de ejercer una autoridad El mismo da ejemplo.
El Reino de Dios modifica la manera de mirar el poder. El servicio fraternal sustituye a la dominación.
3. JESÚS INTERVINO DIRECTAMENTE EN EL MUNDO SOCIAL Y RELIGIOSO, E INDIRECTAMENTE EN EL POLÍTICO.
Jesús no murió de muerte natural. Fue condenado. El evangelista Juan se atreve a afirmar que fue condenado injustamente por el poder político, ya que el mismo Pilato había reconocido su inocencia. El proceso de Jesús es un elemento fundamental para la comprensión de su mensaje y de su actitud. Aquel proceso se desarrolló ante dos tribunales, un tribunal religioso y un tribunal político; pero en ambos casos se trata de acusarle de un crimen del que él se afirma inocente. ¿Qué es lo que andaba en juego en aquel proceso?
a) La acusación religiosa.
Jesús es condenado por el poder religioso. Al parecer, éste le reprochaba, no ya que se hubiera presentado como Mesías, sino el que fuera un falso profeta: no ha presentado ninguna justificación adecuada al carácter inédito de sus pretensiones. Empeñarse en definir de nuevo las relaciones entre Israel y Dios rompiendo incluso con la ley y prescindiendo de las tradiciones de los maestros y de la autoridad de los sacerdotes exigía una comprobación del origen divino de esta tarea, en contradicción con lo que había sido manifiestamente hasta entonces la voluntad de Dios; ¿cuáles eran esas garantías excepcionales? Jesús se negó a presentarlas, negándose a inclinarse ante los que se consideraban encargados de garantizar la ortodoxia religiosa y la verdadera tradición judía.
Además, aquel profeta suscitaba en el pueblo un movimiento mesiánico, cuya responsabilidad no quería sin embargo asumir, Juan expresa perfectamente cuál era el sentimiento que dominaba entre los sacerdotes y los fariseos: "¿Qué haremos? Este hombre hace demasiados prodigios. Si le dejamos así, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán a nosotros, y el lugar santo y la nación" (Jn. 11, 47-48). Caifas, por su parte, añadió: "Vosotros no comprendéis nada, ni os dais cuenta de que conviene que muera un solo hombre por el pueblo y que no sea destruida toda la nación" (Jn. 11, 50).
Juan interpreta estas palabras como una profecía que tiene un sentido teológico profundo. Originalmente, expresa la opinión que prevaleció: Jesús era un seductor; carecía de medios para llevar a cabo la revolución mesiánica que fomentaba entre el pueblo. Había que cortar por lo sano; la muerte de aquel falso profeta demostraría con claridad que no era el enviado de Dios, que no era más que un blasfemo. Las burlas de los jefes delante de Jesús en la cruz revelan esta misma intención: "Ha salvado a otros; que se salve a él mismo, si él es el Cristo de Dios, el elegido". (Lc. 23, 35)
En resumen, parece cierto que para los jefes, sacerdotes y fariseo. Jesús fue condenado justamente como falso profeta, y que esa condenación preservaría, a su juicio, al pueblo de comprometerse en un movimiento sin porvenir, ya que no podía ser de Dios dada la actitud de su autor.
b) El delito político.
El poder político se basa para su condenación en otras razones distintas de las del poder religioso. Jesús ha sido llevado ante la justicia romana por motivos diferentes de los de su acusación ante el poder religioso; ser un falso profeta no era un delito que amenazase a la seguridad del estado. Así pues, Jesús fue acusado de amenazar al ocupante romano: había intentado sublevar a las turbas para devolver a Israel la independencia. Jesús era un agitador político. Y fue seguramente como agitador por lo que Jesús fue condenado. En realidad, parece históricamente cierto que el procurador romano, Pilato, había percibido la falsedad de la acusación y había juzgado a Jesús inocente (Le 23, 4.13-25; Hch.3, 13; 13, 28; Jn. 18, 38; 19, 4.6). Lo condenó porque los jefes y una turba excitada por ellos exigían su muerte. Creyó que una resistencia exagerada a sus exigencias produciría desórdenes en aquella población apasionada, tan difícil de apaciguar durante su afluencia a las fiestas de Pascua. La muerte de Jesús fue la garantía de que no se producirían desórdenes y una prueba de la comprensión del ocupante ante las querellas intestinas del pueblo judío. La inocencia de Jesús tenía muy poco peso en la balanza de la estrategia política.
Así, pues. Jesús fue víctima de la incapacidad de los jefes para percibir los signos de la transformación necesaria de las relaciones con la ley y la religión. Fue sacrificado en aras de unos intereses políticos por la justicia romana. El que fuera justo o inocente tenía muy poco peso a la hora de establecer el veredicto. Si esto es así, el relato evangélico de la pasión es el relato del justo perseguido, del inocente aplastado: un tema que está presente en la oración de los salmistas. Jesús se había presentado como un hombre lleno de autoridad, libre, como un profeta poderoso en obras, que había hablado con franqueza y siempre en público, que había atendido a los enfermos, que no había condenado a los pecadores, que había discutido con los maestros de la ley. Y ahora se veía reducido a nada:
"Había salvado a otros, y no podía salvarse a sí mismo" (cf. Mc. l5, 31). Dios no lo había acreditado como profeta, puesto que lo abandonaba a sus propias fuerzas. Por eso no es extraño que Marcos y Mateo pongan en sus labios la oración del justo entregado a la ferocidad de sus enemigos y que no recibe ninguna ayuda de Dios; "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Sal.22, 2, citado por Mc.15, 34).
c) Carácter de la condenación.
El proceso y la muerte de Jesús son vulgares. Sufrió la suerte de tantos otros que, por su palabra y actitud, chocaron con las certezas adquiridas, con los intereses compartidos y con el orden político establecido. Su condenación por los poderes de la religión y de la política demuestra la vulgaridad del mal. Para el poder religioso era lógico que Dios protegía sus intereses. Jesús, al anunciar la inminencia del reino de ese Dios sin preocupar se de la opinión de los maestros en ciencias religiosas ni de la autoridad de los sacerdotes, no podía ser más que un falso profeta. En cuanto al poder político, le pareció ridículo poner en peligro los intereses superiores del orden en Judea para ahorrar la vida de un inocente. Jesús no tenia lugar alguno para poder religioso, no tenía existencia alguna para poder político. Las esperanzas que habían puesto en él las turbas y los discípulos habían resultado útiles. El reino de Dios no había venido y Jesús había quedado definitivamente eliminado como tantos otros justos y profetas antes que él.
4. JESÚS. Y EL PODER POLÍTICO.
La forma más común de la obediencia es la sumisión a las diversas autoridades que ejercen un poder. Jesús ha conocido esta obediencia, ha vivido sumiso a los hombres.
La mayoría de las gentes con quienes se codea en los caminos y pueblos no tienen con la autoridad sino relaciones distantes, a través de los impuestos y reglamentos de administración y policía. Jesús, porque su persona y mensaje replantean todo de nuevo, es llevado a tomar posición ante las autoridades más altas de Jerusalén y de Roma. No tiene ciertamente en grado alguno la superstición de la autoridad: habla de los detentadores del poder, de Herodes "el Zorro" (Lc. 13, 32 , de escribas y fariseos, sucesores legítimos de Moisés Mt. 23, 2), con franqueza vigorosa (Mt. 23, 13 y ss,); no se hace ilusiones sobre las segundas intenciones y los procedimientos ordinarios de los poderosos del mundo, que "se hacen llamar bienhechores" (Lc. 22,26), pero "mandan como amos y hacen sentir su poder" (Mc. 10, 42) Jamás, sin embargo, Jesús predica ni practica la revuelta, ni siquiera contra las autoridades más indignas. Le parece natural obedecerlas, tan natural que apenas habla de ello. Sus discípulos San Pedro y San Pablo recomendarán a los cristianos la obediencia a los poderes constituidos, pero Él, que la vive diariamente, no se entretiene en ello. Es preciso obligarle a que se decida y responda: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mc. 12, 17) ¿Será esto un punto sin importancia? De ninguna manera, pero es un punto sobre el cual no pretende innovar. La obediencia a la familia o al estado no es una consecuencia del Evangelio; descansa en la condición natural del hombre. Habiendo adoptado totalmente esta condición. Jesús vive como hijo sumiso, como sujeto legal, sin fanatismo, sin miedo, pero sin reticencia.
Permanece intacta hasta su última hora. Esta hora, para la que ha nacido, y que revela el secreto de su corazón, es la de la obediencia suprema: "Es necesario que el mundo sepa que amo al Padre y que obro según la orden que me ha dado. Levantaos, salgamos de aquí" (Jn. 14, 31). Pero es en la obediencia a los hombres como va a alcanzarle la orden de su Padre, en el gesto de Judas, en la intervención de la autoridad. Jesús va a someterse a ellos, pero demuestra que lo hace libremente, o sea, que obedece. Su última palabra en el momento de ser arrestado expresa exactamente su obediencia: "¡Levantaos! ¡Vamos! Aquí cerca está quien me entrega" (Mt. 26, 46). No hace falta que Judas y su tropa le sorprenda y crean cogerle a pesar suyo. Rehuirá para defenderse, pero no será inercia o fatalismo: quiere tener la iniciativa, entregarse libremente en sus manos. ¿Si fuera obligado por la fuerza cómo podría testimoniar aún que ha venido a este mundo a obedecer?
Todos los evangelistas han recogido en la Pasión el desarrollo inexorable de esas "entregas" sucesivas. Judas le entrega a los sumos sacerdotes (Mc. 14, 10 y ss.), quienes le entregan a Pilato (Mc. 15,1) quien, tras intentar descargarse en Heredes, le entrega a los judíos para que sea sacrificado (Mc. 15, 15). Jesús pasa de mano en mano, juguete de todas las crueldades que pueda inventar el "poder de las tinieblas", al que le abandona, antes que Judas, antes que Pilato, Dios su Padre, quien el primero "ha entregado por nosotros a su Hijo único" (Rom. 8, 32).
La obediencia de Jesús en su pasión tiene algo de excepcional, pues las autoridades que le condenan, si bien son legítimas, cometen una injusticia. Jesús no discute la autoridad del sumo sacerdote o de Pilato; su poder sobre su persona es anormal, pero legítimo.
El se somete a su aparato judicial, responde a los interrogatorios y muere por haber satisfecho al requerimiento solemne del sumo sacerdote: "¿Eres el Hijo de Dios?". Pero si reconoce la validez de sus tribunales, su docilidad ilumina la iniquidad de sus veredictos.
Obedeciéndoles, Jesús, el acusado, toma el puesto de juez, y su muerte inocente condena todos los abusos de poder. Sin saberlo perfectamente sin quererlo en absoluto, sabiendo siempre bastante y queriendo lo suficiente para empeñar su responsabilidad, sus jueces y sus cómplices han crucificado al Hijo de Dios. El designio divino ha querido que Caifas y Pilato se hayan encontrado ese día ante El, pero tras ellos estamos todos los que preferimos la injusticia a la voz de nuestra conciencia.
Obedeciendo a los jueces y a sus verdugos, Jesús no disimula nunca la ignominia de que se hacen culpables y su perdón, si borra su pecado, revela también su bajeza. Su sumisión no tiene nada de la cobardía resignada que se imagina aplacar el mal dejándole obrar libremente y no justifica ninguna iniquidad. Demuestra solamente hasta dónde el Hijo de Dios ha llevado su obediencia: hasta las peores condiciones conocidas del pecado, la esclavitud. Jesús ha querido conocer la angustia más profunda, la suerte más dura que ha conocido la humanidad, la espantosa sensación de ser entregado sin defensa a todos los caprichos del odio y de la crueldad. Así triunfa del pecado, por cuya causa muere; así concede a los suyos, a todas las víctimas del pecado, unir su sufrimiento a su Pasión, transformar su esclavitud en obediencia.