A nadie le sobra nada. Ni a los que tienen mucho ni a quienes tienen poco y, no obstante su incierta esperanza, saben ayudar a tantos que les falta lo necesario. Debe ser también una experiencia gozosa compartir con otros la propia abundancia.
Para todos es la llamada interior de Cristo: “hay más alegría en dar que en recibir”. En dar, en servir, está la clave de la alegría y de la paz que todos ansiamos. Tal vez sea la clave para darle sentido a la vida; sentido que -nos descubre Frankl- no está ni en gozar ni en tener, sino en dar, en amar.
Qué buena pedagogía familiar y social será enseñar con el ejemplo a prescindir de algo -mucho o poco-, por una razón de amor, a habituarnos a dar “de lo que cuesta dar”, no sólo de lo que sobra. Porque -volvemos sobre nosotros- a nadie le sobra nada.
En la ciudad de Huelva, al sur de España -nos refieren en www.buenas-noticias.org-, donde Patrocinio Mora tiene un hotel, en 2007 ofreció una cena de Navidad para 90 inmigrantes; en 2008 ofreció otra cena, pero en esta ocasión para 200 inmigrantes. ¿El menú? Pollo, papas, queso, camarones, langostinos, champiñones, fruta, vino y pan. Patrocinio no tenía intención de aumentar el número de comensales, pero al ver la “demanda” y la felicidad que podía dar a esas personas, decidió hacer una cena más grande. Son las matemáticas del amor cristiano.
Pero, ¿cómo dar si no nos sobra nada? ¿Cómo dar de lo que cuesta dar? Habrá que tener un motivo alto.
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El papa Benedicto XVI invita a los creyentes a recuperar el valor y el sentido del ayuno en su Mensaje para la Cuaresma 2009, que tiene como lema “Jesús, tras ayunar durante cuarenta días y cuarenta noches al fin tuvo hambre”, presentado en el Vaticano por el cardenal Paul Josef Cordes, presidente del Consejo Pontificio “Cor Unum”, el organismo de la Santa Sede que se encarga de distribuir la caridad del Papa.
El cardenal Cordes dijo que ayunar no significa despreciar nuestro cuerpo, ya que el mismo Hijo de Dios lo asumió para convertirse en nuestro hermano, sino que supone desprenderse y unirse a Cristo, para recibir el don del amor que renueva el ser cristiano.
En el Nuevo Testamento, recuerda el Papa, Jesús indica la razón profunda del ayuno, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial. Él mismo nos da ejemplo al responder a Satanás, al término de los 40 días pasados en el desierto, que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre. También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno. El ayuno es, además, una práctica recurrente y recomendada por los santos de todas las épocas.
“En nuestros días, -explica el Pontífice- parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una “terapia” para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios. La Cuaresma -afirma el Santo Padre- podría ser una buena ocasión para retomar estas normas, valorizando el significado auténtico y perenne de esta antigua práctica penitencial, que puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo.
Privarse del alimento material facilita una disposición interior a escuchar a Cristo. Con el ayuno y la oración permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios. Al mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos, dice el Papa. Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre. Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño.
Precisamente para mantener viva esta actitud de acogida y atención hacia los hermanos, el Papa anima a las parroquias y demás comunidades a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna. Este fue, desde el principio, el estilo de la comunidad cristiana, en la que se hacían colectas especiales, y se invitaba a los fieles a dar a los pobres lo que, gracias al ayuno, se había recogido. También hoy hay que redescubrir esta práctica y promoverla, especialmente durante el tiempo litúrgico cuaresmal.
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El Mensaje papal es la antesala de las actividades del Pontífice durante la Cuaresma. El 25 de febrero se trasladará a la basílica romana de Santa Sabina para presidir los ritos del Miércoles de Ceniza, que abren el tiempo de Cuaresma. El domingo 1 de marzo se retirará durante una semana de ejercicios espirituales en el Vaticano, que concluirán el sábado 7 de marzo.