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Hablar de Dios: ¿Un tema tabú?

En nuestra sociedad postmoderna parecería que hablar de Dios está mal visto. Si se comenta en alguna reunión social algún tema relacionado con la trascendencia de la existencia humana, de inmediato, algunos se apresuran a colocarte la etiqueta de “mocho”, “persignado”, “retrógrado”, etc. Es una pena que esto suceda y que muchos otros prefieran callar o silenciar este tema para no ser criticados. Por supuesto, sí está permitido hablar -en ciertos ambientes- de todo tipo de desórdenes morales con el alcohol, en los antros, con el sexo, con las drogas...pero hablar de Dios -hoy en día- parece ser un tema tabú.

   Recientemente, cayeron en mis manos tres excelentes libros sobre conversiones al catolicismo de personajes importantes: Leonardo Mondadori (“La Conversión, una historia personal”), Peter Seewald (“Mi vuelta a Dios”), el periodista alemán que se dió a conocer internacionalmente por sus entrevistas con el entonces Cardenal Joseph Ratzinger  y un apasionante relato de una mujer italiana, Alessandra Borghese, titulado “Sed de Dios”. Esta autora proviene  de familias aristócratas. Anteriormente tuvo una conducta frívola y superficial;  tuvo un cambio radical en su vida y   transmite sus experiencias espirituales.

   Leonardo Mondadori fue el heredero de la  prestigiada Editorial “Mondadori”. Lo entrevista el periodista Vittorio Messori, quien saltó a la fama con aquella histórica entrevista con el Papa Juan Pablo II, que produjo el espléndido libro, titulado: “Cruzando en  el Umbral de la Esperanza”. En este texto el protagonista le va narrando al escritor cómo a raíz de un cáncer terminal tuvo un profundo acercamiento a la fe cristiana, después de una vida personal -así lo afirma- poco ejemplar,  que se empeñó en vivir como si Dios no existiera y volcado en un afán de realización profesional y por obtener beneficios sólo económicos. Pero llegó un momento de su vida en que todo aquello le provocó una profunda insatisfacción e infelicidad e inició un camino de búsquedas. Experimentó un anhelo de encontrar el sentido de su existencia, de su enfermedad, de su inminente muerte y, sobre todo, de hallar la paz en un encuentro personal con Dios. Con el corazón en la mano y la sencillez de un niño, este destacado empresario -ya fallecido- describe grandes verdades sobre la fe y su reencuentro con su Creador: “Y es una esperanza que tiene un Nombre y un Rostro. No es una ideología, es una Persona (Jesucristo)”, concluye -como resultado de esta entrevista- el periodista Messori.

   Peter Seewald tuvo un par de largos encuentros con el Cardenal Ratzinger que luego se concretaron en dos interesantes libros: “La Sal de la Tierra” y “Dios y Mundo”. Podríamos afirmar que materialmente  lo “bombardeó” este periodista con todo tipo de preguntas, muchas de ellas de difícil respuesta por su complejidad. Seewald fue el típico joven de la década de los años sesenta y setenta que abandonó su fe para abrazar la doctrina marxista-leninista, fue activista político, después se interesó por filosofías orientales,  leyó a los autores más variopintos y se llenó de dudas y prejuicios contra el catolicismo. Me pareció muy honesto  Seewald al confesar en su libro -con toda sencillez-, que detrás de esas entrevistas, muchas de sus preguntas resultaban ser  dudas personales hacia la fe cristiana.

   En el prólogo de su segundo libro “Dios y Mundo” comenta que al ver que el Cardenal Raztinger le contestaba con tanta  serenidad y un admirable orden  lógico en sus razonamientos y consideraciones,  este periodista concluyó que el Cardenal alemán realmente poseía la Verdad y era capaz de trasmitirla con ponderación y total sinceridad. El acuerdo previo fue que la larga entrevista se grabaría y Seewald elaboraría el texto para presentárselo. Su sorpresa fue mayúscula cuando Ratzinger se lo regresó casi tal cual se lo envió, haciendo sólo unas pocas puntualizaciones. Escribe este periodista alemán que se percató que no sólo estaba ante un hombre sabio sino, sobre todo, ante un hombre santo. Una vez aclaradas sus dudas personales con esos  encuentros, Peter Seewald comenzó un largo itinerario que culminó con su conversión y regreso a la práctica del catolicismo. “De las conversaciones que mantuvimos en Montecasino surgieron 33 horas de grabación. Quedé impresionado con la coherencia de la visión del mundo y de Dios de Ratzinger: No a todas las preguntas da respuesta. Muchas cosas de ese Dios, siguen siendo, también para él, un enigma. Sin embargo, en su precisión y sencillez, y sobre todo en su lógica irrefutable, sus respuestas resumen el imponente tesoro de la herencia cristiana y emiten un juicio acertado, desde el pensamiento específicamente católico, sobre la situación de la Modernidad. (...) Está lleno de un espíritu que no solo procede de una erudición intelectual, sino también de una vida que, desde la fe en Cristo, se esfuerza por conseguir la veracidad”.

   El tercer libro mencionado, “Sed de Dios”, de Alessandra Borghese, es uno de esos libros que no se pueden continuar leyendo de vez en cuando, sino que está escrito con tal amenidad y fuerza narrativa, que casi obliga al lector a leerlo de un solo tirón. Porque no es nada normal que una profesionista con éxito en diversas iniciativas sociales, publique un primer libro sobre su conversión al cristianismo: “Con los ojos nuevos” y se convierta rápidamente en un “best-seller” internacional. Le han pedido conferencias en muchas ciudades de Europa, con un solo tema: “Cómo encontré a Dios”. Fueron tantas las personas que se acercaron a ella para hacerle consultas, preguntas, y tantos los lectores que le enviaron cartas testimoniando también su conversión a la fe, que decidió escribir este segundo libro. Comienza narrando la conversión de varias personalidades del mundo de la cultura: el escritor francés André Frossard que era un intelectual declaradamente ateo y tuvo un súbito encuentro con Dios. Escribió su conocido libro: “Dios existe. Yo me lo encontré”. Otro escritor  -que resultó para mi una completa sorpresa- fue Louis Pauwels,  autor del popular libro de los años sesenta: “El Retorno de los Brujos”. Este escritor era conocido por su anticlericalismo y uno de los iniciadores de la corriente “New Age”. Incursionó en el esoterismo y ocultismo hasta que experimentó también un drástico cambio en su vida. Narra que su conversión fue inesperada, como si una Voz interior le dijera que abandonara sus equivocadas ideologías para encontrarse de frente con Jesucristo: el Camino, la Verdad y la Vida. “Fui literalmente empujado por Alguien, para que descubriese ese Evangelio del que tanto desconfiaba y entrase en la Iglesia.(...) Era como si me llegase el nacimiento de Cristo, en aquel mismo momento: era mi Navidad. Navidad en septiembre. Por primera vez en mi vida conocía la alegría.(...) En la fe, lo sencillo es auténtico, lo complicado es falso. Se me concedió comprenderlo en un instante, al borde de aquella piscina sudamericana”.

   Lo interesante en estos tres casos de conversiones, es que el encuentro con la fe de Jesucristo les llevó -de inmediato- a preocuparse por el bienestar de los demás, a ser generosos,  a procurar mejorar como personas y profundizar en su trato con Dios, y, sobre todo,  a perder el miedo para hablar de Dios sin temor al “qué dirán” de los demás o al prejuicio de que “me tacharán de  ‘beato’ o de ‘fanático’ “.

   Hace poco leía una encuesta que hacían en un periódico de circulación nacional a gente joven sobre diversos temas de actualidad. Hubo una pregunta que me llamó particularmente la atención: “¿Tienes algún tipo de miedo o inseguridad?”: “Sí -contestaban la mayoría de los encuestados-, tengo miedo al futuro, miedo a una enfermedad, miedo a  quedarme discapacitado, miedo a perder mi empleo, miedo a la muerte...”.¡Miedo! Pienso que esto es resultado de un falso concepto de Modernidad porque parecería que los avances científicos y tecnológicos  llevaran a muchos a prescindir de Dios hasta el punto de negar su existencia o vivir como si no existiera, o bien, porque se busca afanosamente ser un profesionista con éxito en el plazo más corto, con el único interés de subir escalafones o conseguir un mejor sueldo para obtener bienes inmediatos: placeres, coches, viajes, aparatos electrónicos, etc.  y  quedan como “narcotizados” por esa invasión de bienes de consumo material, completamente insensibles para los temas espirituales. El filósofo danés, Soren Kierkegaard escribió que “fuera de la fe, sólo existe la desesperación” y, en palabras más fuertes, dice el literato Herman Hesse: “por haber buscado su centro sólo en sí mismo, el hombre no es más que un lobo que aúlla de desesperación hacia la eternidad”.

   En contraposición, acabo de presenciar -recientemente- el inesperado fallecimiento de un gran amigo mío. Era de llamar la atención en su funeral la alegre serenidad de su esposa y su numerosa familia, con la total convicción de que ya había llegado a la Casa del Padre. Dentro del dolor, estaban contentos porque había llegado a su Fin Último, a la Vida Eterna. ¡Qué diferente se ve la muerte o una dolorosa enfermedad desde el ángulo de la fe! a  cuando se piensa, en cambio,  que el fallecimiento de un ser querido es la “aniquilación total”, sin ninguna  esperanza en el Más Allá. Porque cuando se coloca a Dios en un lugar prioritario en nuestras vidas, todas las piezas del aparente rompecabezas de la existencia humana -con todas sus dificultades, altibajos y problemas- adquieren su justa dimensión y el transcurrir por este mundo se contempla con ojos de eternidad; las preocupaciones y angustias ceden su paso a la paz, a la alegría y a la confianza de que estamos siempre en las Manos de Dios. Porque suceda lo que suceda en nuestras vidas, la realidad  es que somos hijos de nuestro Padre-Dios y Él nos cuida y protege con su Divina Providencia. Así de claro y así de sencillo.

  Y es que hay verdades -como la existencia de Dios y  nuestro destino Eterno- que no se pueden ocultar, como tampoco que el sol, la naturaleza y el universo entero  han sido obra de un Creador  y nos pasmamos ante ese maravilloso orden y armonía que observamos en el macrocosmos y en el microcosmos, y que los avances de la Ciencia y la Tecnología de los hombres no son sino una limitada participación de esa  Infinita Inteligencia Divina.

    Me preguntaba, como conclusión final de estas lecturas, ¿hace falta tener una enfermedad terminal en la que el médico nos diga que nos quedan pocas semanas de vida o una circunstancia dramática para decidirnos a buscar en serio al Autor de nuestros días? ¿Hace falta que nos suceda algo extraordinario, como salir con vida después de una riesgosa operación quirúrgica o de un aparatoso accidente automovilístico, para acercarnos a Él? Pienso que no, que podemos encontrarlo -todos los días- en nuestra vida ordinaria: en el trabajo, en la convivencia familiar o con los buenos amigos; al practicar un deporte o dar un paseo por las montañas; al enterarnos de un nuevo descubrimiento científico; al admirar  un luminoso amanecer o una puesta de sol frente al mar inmenso; cuando contemplamos esos días intensamente azules o esos cielos nocturnos cuajados de estrellas; cuando  un bebé  nos sonríe o un gracioso perrillo juguetea con nosotros...allí se encuentra Dios, con una Presencia tangible a través de su portentosa obra creadora, que nos habla con ese silencio tan Suyo, pero de un modo tan elocuente.