Es hermoso poder tener un momento, en la tarde, con la madre. Poder recordar los días de la infancia, los juegos y las enfermedades, los viajes y los días de lavar la ropa, los desórdenes de la cocina y las peleas de las hormigas en la panera. Poder recordar esos ratos junto al lecho, cuando la sangre salía por la boca, cuando la fiebre subía por la tarde, cuando no había manera de probar un bocado de comida hecha a base de cariño y de paciencia.
Hablar con una madre, evocar momentos de la infancia, es posible en cualquier momento, apenas lo queramos. Nos ama como a hijos, nos conoce como nadie, espera nuestra visita o que llamemos por teléfono.
Junto a la madre de la tierra está nuestra Madre del cielo, tierna, vigilante, amorosa. También ella nos escucha, también viene por las tardes, un rato, para que dejemos en su regazo nuestras penas. También sonríe ante un éxito, una victoria, una tentación superada y un acto de perdón que brilla más que mil estrellas. También espera, con esa angustia tierna de las madres, que volvamos, cuando un día nos alejamos de la casa, cuando nos lanzamos a la vida sin dejar que la fe iluminase nuestros pasos, cuando nos perdimos en pequeños o grandes pecados que mancharon el corazón y dejaron vientos de egoísmo en nuestras manos.
¿Qué eres, Madre? ¿Quién eres? ¿Cómo explicar tu ternura, tu fe, tu angustia, tu cercanía? ¿Cómo sentirte cerca, entre las cuentas del rosario, junto al silencio del Sagrario, en el momento de la Misa en el que se repite el milagro de la Pascua, la Pasión y la Victoria?
Tú sabes como nadie lo que significa ser Madre. Tú lo fuiste del mejor de los hijos, como la mejor de las madres. Ahora tienes que cuidar de un número inmenso de pequeños que necesitan, cada día, manos que los levanten y ojos que les brinden confianza y les enseñen a dar las gracias. Necesitamos que tú expliques lo que es ser madre y cómo ser hijos. Necesitamos que esa relación íntima, profunda, entre Tú y tu Jesús (también nuestro Jesús) sea luz de las familias, esperanza de los caminantes, sosiego para los tristes y fuente de paz para todos los peregrinos de la tierra.
Me he quedado, más que nunca, pobre en mis palabras. Déjame copiar aquí lo que escribía uno de los que te amaron como niños, sentir lo que él pensaba de tu vida, comprender lo que es ser Madre en estos días de zozobras, en este milenio que puede ser mejor si tú caminas a nuestro lado.
“MADRE ¡Ay, mi Niño! ¡Pero qué misterio tan grandísimo! Madre es amarte sin medida no sólo porque seas Dios, sino también porque eres Niño. No sólo porque seas panecillo de mi harina, sino porque eres tan pequeño. No sólo porque eres tan guapo, sino porque algunas veces lloras. Porque necesitas amor, manos que te cambien los pañales, cucharita para la papilla, pezón para tu hambre, sonrisa para tu llanto, cuentos para tu sueño. Madre es dar todo y no esperar nada. Madre... Hijo, a veces, pensando en lo que nos quiere, pienso que el Padre tiene corazón de Madre” (José María Pérez Lozano, “Dios tiene una O”, explicación imaginada de la Virgen a su Jesús Niño sobre lo que significa ser Madre).