Despertar al Elefante
En la India existe aun la muy antigua tradición del uso del elefante. Era y sigue siendo utilizado para muy diversas ocupaciones: desde sobrellevar en su lomo al rey, hasta ser transporte de madera y de múltiples cargas.
Podríamos preguntarnos como es que este animal tan colosal llega a ser domesticado. Con gran tristeza se ha podido constatar una de las prácticas más crueles para este propósito. Consiste en cavar un gran hoyo, donde el elefante después de ser perseguido y cercado se le hace caer allí mismo, en seguida, sin posibilidad alguna de salir, es lazado y amarrado desde su extremidades, jalándolas con tal fuerza hacia postes previamente apuntalados, para finalmente inmovilizarlo. En este estado sigue manteniendo prácticamente su vigor, pero aun falta lo más terrible: el lograr que pierda su dignidad de animal fuerte y libre. Esto se logra a través de una tortura paradójicamente inhumana. Se le comienza a golpear incesantemente tanto en la cabeza como en el cuerpo, el animal poco a poco va perdiendo fuerza, y lo peor, va perdiendo su propia conciencia -si así podemos llamarle- de su dignidad. Es totalmente humillado. Así, a fuerza de golpes y del condicionamiento del dolor sin poder defenderse, el objetivo es logrado. Se le ha despojado de su grandeza para convertirlo en un ser pasivo, ausente de su antigua magnánima identidad.
Perdón por la comparación, con todo el respeto del que como católico soy capaz, esta figura me recuerda a mi Iglesia,
La veo recibir de manera incesante golpe tras golpe de quienes quieren doblegarla, por detractores quienes apenas tienen oportunidad lanzan sórdidos ataques, con intento de descrédito, de vilipendio, de burla, de humillación. Todo dirigido a mermar su moral, sus valores más sagrados, su investidura, lo peor, la misma palabra de Dios. Lo constato por la radio, por la televisión, por revistas y periódicos, incluso y lo más triste, también por parte de quienes se dicen ser parte de ella misma y utilizan tribunas para el descrédito y la confusión..
Ante todo ello debemos preguntar: ¿Dónde están nuestros sacerdotes, donde están nuestros pastores para defenderla, donde el ánimo y el ardor y las nuevas formas a las que invita nuestro Santo Padre pare renovarla?.
¿Cuándo despertará este gigante? ¿Cuándo nuestra Iglesia recuperará su memoria de ser sagrada y divina, de saberse acompañada y protegida por el verdadero Dios, quien siempre está con ella?
Quiero precisar esta vez al elefante como figura de nuestros pastores, quiero asentar este hecho: ¿Por qué no han logrado redescubrir toda la potencia de la que son capaces? ¿De reconocerse en el alcance que tiene su voz, su ejemplo, su ministerio, su liderazgo como pastores del rebaño de Cristo?. No logro entender la parsimonia, mucho menos la monotonía, cuando no observo ni siquiera en la homilía la relación de la Palabra con lo concreto de la vida cotidiana.
Ahora, cerca de Pentecostés, habrá que recordar que El Espíritu de Dios, el Espíritu Santo ya está con nosotros, somos ya hijos de Dios -por su gracia- y como tales debemos actuar, rompiendo yugos y ataduras mundanas, sobrenaturalizando nuevamente nuestra persona. Cristo ya vino, ¡y desde hace dos mil años!. ¡Recordémoslo! No somos ya esclavos, somos libres tanto como hijos de Dios. “Todos aquellos a los que guía el Espíritu de Dios son hijos e hijas de Dios. Entonces no vuelvan al miedo; ustedes no recibieron un espíritu de esclavos, sino el espíritu propio de los hijos de Dios, que nos permite gritar ¡Abba!, o sea: ¡Papa!. El Espíritu asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Siendo hijos, son también herederos; la herencia de Dios será nuestra y la compartiremos con Cristo. Y si hemos sufrido con Él, estaremos también con Él en la Gloria”. Rom 8, 4-17.
Ojalá que descubramos a nuestra Iglesia radiante, con la fuerza propia que le es natural, tan natural como que surge de la herencia divina de su identidad, de su propio linaje, linaje que proviene de Rey de Reyes, de ser la Iglesia de Cristo.
Salgamos ya de agujeros y caminemos como Iglesia y que solo sea Cristo quien pueda
conducirnos de nuevo a la libertad y pisar fuerte allí donde a nuestro paso retiemble el camino y sus alrededores, para llegar de nuevo a la casa del Padre.
Con todo el amor y súplica para nuestros Pastores.