Hay quienes proponen que lo mejor que podemos hacer con los embriones congelados que han sido abandonados por sus padres (porque no los quieren, porque la clínica no los localiza, porque han muerto, etc.) es dejarles morir.
Existe, ciertamente, una distinción entre matar y dejar morir. Pero pueden darse casos en los que un “dejar morir” sea equivalente a matar. Pensemos, por ejemplo, en una persona que acaba de sufrir un infarto. Si un médico se niega a reanimarlo sin ningún motivo aparentemente válido, no comete un crimen violento (no dispara al enfermo), pero su omisión es causa de una muerte que se habría evitado en el caso de que hubiese hecho lo normal en esos casos. Este ejemplo indica que no todo “dejar morir” es éticamente correcto. Hay casos en los que es posible condenar judicialmente a quien ha omitido una ayuda debida a quien la necesitaba y ha provocado, por lo mismo, su muerte o un grave daño.
¿No podemos establecer una analogía entre el dejar morir a un enfermo terminal y el dejar morir a los embriones congelados? En el caso del enfermo terminal, algunos actos médicos, que resultarían útiles en otros casos, resultan desproporcionados y sólo provocan graves dolores y un alargarse de la agonía. Tales actos han de ser evitados. En ese sentido, sí sería correcto “dejar morir” al enfermo terminal, siempre que no se omitan las curas básicas que se le debe como persona (hidratación, nutrición, higiene, tratamiento del dolor, etc.).
El embrión congelado se encuentra en una situación muy distinta. Un porcentaje no pequeño de embriones congelados podría sobrevivir si fuesen descongelados de modo adecuado, y luego transferidos al útero de una madre adoptante. En otras palabras, si mueren no es como resultado natural de la simple descongelación, sino por el hecho de que, una vez descongelados, no han sido tratados de modo conveniente ni transferidos a un útero. Estas omisiones serían la verdadera causa de su muerte.
Por lo mismo, hemos de reconocer que los embriones congelados no se encuentran en un proceso irreversible de muerte, como lo estaría el enfermo terminal. Dejarles morir, por lo tanto, no es simplemente darles “permiso” para que desemboquen en la muerte a la que estarían orientados “naturalmente” si se suprime la injusticia de la congelación, sino que dejarlos morir implica el fracaso de una sociedad que no ha sabido garantizarles la transferencia al útero de sus madres o en el útero de alguna mujer que se haya ofrecido para darles una oportunidad de continuar su proceso vital.
Un ejemplo puede ilustrar esta valoración. Imaginemos un laboratorio que tiene congelados dos grupos de embriones. El primer grupo son “embriones sobrantes”: sus padres han declarado no tener intención de usarlos y han autorizado su destrucción o el que se les deje morir. El segundo grupo son embriones todavía objeto de interés por parte de quienes los encargaron, en vistas a una futura transferencia (en unos meses o unos años). Un día un científico decide descongelar y dejar morir a los embriones del primer grupo, pero se equivoca y deja morir a los del segundo grupo. Desde el punto de vista objetivo, la acción ha sido simplemente “dejar morir a embriones congelados”. En la práctica, los “titulares de derechos” sobre esos embriones del segundo grupo demandarán al científico por imprudencia grave: ha destruido a hijos que todavía eran deseados.
Alguno dirá que el valor de esos embriones nacía precisamente del hecho de ser “bienes” especialmente apreciados por sus “poseedores”. Nosotros respondemos que un embrión vale tanto si es querido como si no, tanto si se considera que puede ser “útil” para una transferencia futura como si sus padres ya no desean acogerlo y defender su derecho a la vida. En otras palabras, los dos grupos de embriones del anterior ejemplo tienen el mismo derecho a la vida y la misma dignidad. Indignarnos porque se ha “dejado morir” embriones deseados, y quedarnos impasibles si se “deja morir” a embriones no deseados, nos parece una enorme injusticia y un atentado grave contra el derecho a la vida que tiene todo embrión, independientemente de si es o no es amado por quien debería responsabilizarse de su existencia.
Desde luego, si algún día la ciencia llega a determinar que a partir de 10, 15 ó 20 años de congelación, todos los embriones mueren al ser descongelados, incluso cuando se hace todo lo posible por rescatarlos para transferirlos en una mujer, en ese caso resultaría absurdo e indigno mantenerlos congelados más allá de ese número de años. En este supuesto, lo más correcto sería sacarlos del congelador y permitirles una muerte digna. Mientras no tengamos certeza acerca de este punto (certeza que es alcanzable sólo por la ciencia, la cual no debe usar métodos injustos para llegar a tal certeza), lo mejor que podemos hacer por estos embriones es buscar a alguien que pueda adoptarlos. Si nos faltan adoptantes, podemos mantenerlos todavía por algún tiempo en estado de espera, en su situación (que sigue siendo injusta) de congelación, en vistas a que un día no muy lejano puedan ser adoptados.
Queda un punto problemático que ha sido suscitado recientemente. Pensemos en un embrión que ha sido dejado morir por descongelación. ¿Es posible, desde el punto de vista ético, tomar sus células aún vivas, cuando haya muerto, para usarlas como material de experimentación, en especial en el nuevo sector de la ciencia que se ha abierto con los estudios sobre células madres (también llamadas células estaminales)? La respuesta, según creemos, debería ser un rotundo no. En primer lugar, porque no resulta fácil definir cuándo muere un embrión en sus primeras etapas de desarrollo. En segundo lugar, porque algunos embriones han sido congelados cuando se encontraban en las primeras fases de desarrollo (cuando tenían 2, 4 u 8 células, por ejemplo). Las células de estos embriones, una vez descongelados, pueden, en condiciones adecuadas y tras una fuerte intervención técnica, permitir la creación de un nuevo individuo completo (un gemelo o clon del embrión muerto o destruido). Decir que tomamos tales células desde un embrión ya muerto para usarlas como material biológico puede encubrir una realidad sumamente grave: seguramente algunas de esas células serán cultivadas para formar embriones completos que luego serán destruidos con la excusa de que han sido “fabricados” para la experimentación. La situación sería distinta si la congelación se produjo cuando el embrión tenía un mayor número de células (en el 5 día de vida embrionaria, fase de blastocisto), pero no la consideramos por ahora.
En el cruce de caminos: conclusión
No pretendemos, con estas líneas, haber dado una respuesta definitiva a la situación que se ha creado por la práctica de la congelación de embriones. Cada solución, cada alternativa, implica innumerables aspectos a tener en cuenta, algunos de los cuales conllevan serias consecuencias éticas, sociales y científicas. Lo importante es buscar siempre aquellas acciones que más promuevan el bien del embrión.
Como ya indicamos, la medida urgente que debería ser tomada cuanto antes es la prohibición de cualquier técnica de reproducción artificial extracorpórea. Igualmente, allí donde no sea posible por ahora impedir el que se utilicen técnicas como la FIV o la ICSI, al menos debe prohibirse la creación de embriones sobrantes y la congelación de embriones no realizada en función del máximo bien del mismo embrión (y no según los beneficios que pretenda obtener el laboratorio o centro de reproducción artificial, o según los planes y deseos de la pareja que quiere producir embriones “de reserva”).
Ante la situación dramática en la que se encuentran miles de embriones congelados, creemos que su dignidad merece promover una cultura de la responsabilidad y de la solidaridad.
Responsabilidad: de los padres que permitieron su “producción”, para ofrecerles cuanto antes un lugar en la familia, aunque esto pueda implicar serios sacrificios. Las clínicas de reproducción artificial deberían, por lo mismo, prohibir todo lo que signifique hacer embriones sobrantes, para que los esposos no se encuentren en serias dificultades a la hora de intentar acogerlos con el amor y respeto que se merecen esos hijos congelados.
Solidaridad: de aquellas mujeres casadas que sientan la llamada a la adopción de algunos de ellos. Esta solución será una gota de agua en el desierto. Mientras se encuentren personas adoptantes que puedan acogerlos del mejor modo posible, esos embriones deberían ser mantenidos vivos en esa situación de congelación, hasta que se conozcan nuevos datos sobre sus posibilidades de supervivencia.
El testimonio que ofrecen a la sociedad aquellas familias que piden adoptar embriones congelados y abandonados es claro: quieren gritar al mundo de hoy que cada individuo de la especie humana debe ser respetado y ayudado en su camino vital. Frente a quienes reducen al embrión a un “objeto” de deseo que se acepta o se rechaza si encaja con los planes de los adultos, estas familias nos dejan el ejemplo de su entrega, incluso sacrificada, por el bien de esos embriones. ¿No podemos decir que su gesto, a pesar de las dificultades que entraña, es como un faro de luz y de esperanza para un mundo necesitado de gestos de donación y entrega a los más débiles?
Para leer el artículo completo:
Embriones congelados: una reflexión ética
Adopción de embriones congelados
Algunos links de interés para el tema:
Juan Pablo II, Evangelium vitae nn 14 y 63
Congregación para la doctrina de la fe,
Instrucción Donum vitae sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación
El destino de los embriones humanos “congelados”
Maurizio Faggioni, El destino de los embriones humanos “congelados”
Gonzalo Miranda, ¿Se pueden adoptar los embriones congelados?
El estatuto del embrión y la fertilización in vitro
Mónica López Barahona,Adopción pre-natal: una alternativa legítima para los embriones congelados
María Valent, Más sobre la cuestión de los embriones congelados
Zenit.org,Fertilización in vitro: ética hecha añicos
Hazteoir,¿Qué hacemos con los embriones congelados? Respuestas a una pregunta
Vicente Bellver Capella,Embriones “sobrantes”: la disyuntiva no es destruirlos o usarlos para investigar
Natalia López Moratalla,Destino de los embriones crioconservados e investigación biomédica