Por eutanasia se entiende una acción u omisión que por sí misma busca la muerte en orden a eliminar el sufrimiento.
Una sociedad avanzada es la que logra evitar la soledad de los ancianos, la que cuenta con médicos que saben cuidar cuando ya no pueden curar, la que ofrece los cuidados para dominar el dolor. En cambio, legalizar la eutanasia es una declaración de derrota social. El tema de la eutanasia no es tanto el sufrimiento del enfermo, sino el sufrimiento del que lo cuida y ayuda. Hoy día no se quiere sufrir.
Los nazis eliminaron alrededor de 70 mil vidas que consideraban inútiles. Si la vida humana no vale por sí misma, cualquiera puede instrumentarla en orden a alguna finalidad contingente.
Una de las supersticiones modernas es creer que basta hacer una ley para zanjar un problema. El legalismo de la eutanasia no dará nunca respuestas a las perplejidades, los altibajos y las dudas de conciencia de los médicos, de los parientes y del enfermo. Sólo se encontrarán soluciones razonables si están guiadas por el deseo de dar al enfermo un ambiente humano para que pueda afrontar el dolor y la muerte. Frente al problema del fin de una vida, la eutanasia es la salida falsa. Si los pacientes están bien atendidos, la eutanasia no se plantea.
La eutanasia como escape del dolor y de la agonía, se efectúa primero en el espíritu y, luego, en la sociedad y en el derecho. Hay que observar en qué países y en qué contextos culturales se solicita la eutanasia: son países de una sociedad industrializada y secularizada. Comenzó en el Estado de California en 1976. En México e Italia se tiene la impresión de que la práctica oculta precede al debate público.
Donde hay vida, hay dignidad y donde hay dignidad hay derecho.
Es una mentira decir: “No te odio a ti sólo a tu vida”. Por el contrario, la compasión nos une con el que sufre y con el pensamiento de que puede pensar que no vale. Su vida no es un mal. La eutanasia es un pedido de autonegación.
No podemos torturar a alguien diciendo que él así lo quiere y lo ha pedido. La autonomía del otro se basa en el respeto. El desprecio hacia la persona es intrínseco a la eutanasia. Cuando el ser humano no advierte ya el valor trascendente de persona, no le queda sino sentirse una cosa.
La mera opción de la muerte voluntaria rebaja la dignidad humana. La mera posibilidad de la eutanasia le pone a la vida un precio o un desprecio.
Cada individuo debe de aprender a dar valor a sus sufrimientos. No hay un sufrientómetro. ¡Cuantas personas ven en esa etapa de dolor, el tesoro más grande de su vida!
En ningún país está tipificado como un derecho la eutanasia. Holanda se ha convertido en el único país del mundo que permite la eutanasia en determinados supuestos, donde antes se piden una serie de procesos. La despenalización de la eutanasia se ha ido imponiendo en Holanda sin un verdadero debate social. “La ley holandesa es un gran paso... en la dirección equivocada” (Ignacio Aréchaga).
No se legisla la eutanasia en Holanda, sólo se despenaliza. Según un informe encargado por el gobierno en 1996 se vio que hubo mil casos en los que la eutanasia se realizó sin consentimiento explícito del enfermo. Además, la ley no requiere que el enfermo sea terminal por eso, enfermos que han sido maltratados pueden ser candidatos a la eutanasia.
Las frases más definitorias de Juan Pablo II es que nos ha enseñado a vivir y a morir. Es una lección de lo que es morir en Cristo. El mensaje de Jesucristo es explicarnos para qué se vive y para qué se muere (Pedro Rodríguez).
La alternativa para la eutanasia es cuidar con amor y adecuadamente a los moribundos. Una vez que el paciente se siente bienvenido y no una carga para los otros, una vez que su dolor ha podido ser controlado y se ha aliviado dándole un sentido, entonces el clamor por la eutanasia desaparece. La misión del médico es curar, cuidar, consolar. Nos podríamos preguntar: Las personas del sector salud, ¿están preparadas para eso?