Corre el año 1863. Un joven de 22 años, Bartolo Longo, va a la ciudad de Nápoles para perfeccionar sus estudios de derecho. Con su mente despierta y su inteligencia profunda, aprende con rapidez y se mantiene abierto a todo tipo de lecturas y experiencias.
Encuentra a varios profesores que le orientan hacia ideas “liberales”. Lee a Renán, y la fe en Cristo se difumina. En el corazón de Bartolo crece un sentimiento de odio contra el Papa y contra la Iglesia.
Del sentimiento pasa a la acción. Pronuncia discursos contra el Papa, paga un trago a quienes insultan a los sacerdotes que pasan por la calle, defiende las ideas de los grupos más anticlericales.
Alguien introduce al joven estudiante en el mundo del espiritismo. Bartolo siente un fuerte entusiasmo por las nuevas experiencias. “Progresa” con rapidez, tan rápido que sus amigos deciden “ordenarlo” como sacerdote del espiritismo.
Pero algo parece no ir bien. Bartolo se siente muy tenso, pasa noches de insomnio. Tiene visiones y contactos con seres extraños, uno que se hace pasar por San Miguel y que, según interpretará Bartolo años más tarde, debería ser el mismo demonio. Sus “guías espirituales” del mundo de lo oculto le aconsejan que realice más ayunos para purificarse, para llegar a experiencias más profundas, para llegar a ser medium. ¿Resultado? Bartolo se debilita más y más.
La educación cristiana que había recibido en su casa parece completamente esfumada. Pero la experiencia que vive no le llena. Su salud física y mental están al borde del colapso.
En esa situación, se abre una ventana de esperanza. Bartolo va a ver al profesor Vincenzo Pepe, un amigo de familia que es, además, un católico convencido. Al profesor le impresiona ver al joven con una palidez de muerte. Empiezan a hablar, a discutir. Bartolo defiende sus ideas, y Vincenzo no puede contener un grito: “¡Tú quieres morir en el manicomio, y, además, condenado!”
Fue como una sacudida. Bartolo empieza a recapacitar, pero no todo es fácil. Una noche vuelve a su corazón la imagen de su familia. La semilla de la fe, escondida en medio de tantas lecturas confusas y llenas de superstición, recibe nueva vida. Toma la decisión de cambiar, en profundidad: va a volver a buscar refugio y ayuda en los brazos de la Iglesia.
Se despide de sus amigos espiritistas, que se ríen de él. Al mismo tiempo, pide ayuda a un sacerdote dominico, con quien puede tener largas conversaciones. El día del Sagrado Corazón de 1865 se confiesa: la paz entra de nuevo en su vida.
Todo lo que acaba de vivir esos dos años de infierno está perdonado. Pero queda el futuro por delante. ¿Qué quiere Dios de Bartolo? Habla una y otra vez con su director espiritual. Se entrega con ilusión a obras de caridad, a la oración, al sacrificio (esta vez con más prudencia). Se enamora de una chica con la que sueña formar una familia cristiana. El director espiritual no ve claro que ese matrimonio sea oportuno, y le aconseja esperar. Quizá Dios sueña otra cosa para la vida del joven convertido.
Entonces, ¿qué quiere Dios? Bartolo intensifica su servicio a los pobres, ingresa en la Tercera Orden de los dominicos, y reza cada tarde el rosario en casa de unos amigos. Tras haberse enfermado por comer poco y por vivir en una pobreza excesiva, sus amigos le invitan a hospedarse como pensionista en la casa de la condesa Marianna De Fusco.
Dios va a revelar muy pronto lo que quiere pedir a Bartolo. La condesa De Fusco necesita saber cómo están algunas propiedades en la zona de Pompeya, la ciudad romana destruida por la erupción del Vesuvio del año 79 d.C. El 2 de octubre de 1872 Bartolo llega al valle donde se encuentra la vieja ciudad, y percibe la pobreza, la incultura y el abandono en el que vive la gente.
Hay que hacer algo por ellos. ¿Qué le sugiere Dios? Difundir el rezo del rosario. Así de sencillo y así de “fácil”. Bartolo Longo ha descubierto lo que Dios quiere de él, y se pone a trabajar.
Predica, promueve grupos para rezar el rosario, organiza a la gente para asistir a los enfermos. En 1875 propone al obispo de la zona erigir un altar en honor de la Virgen. El obispo intuye que hay que ir a más: no sólo un altar, sino una iglesia. Se prepara así lo que un día se convertirá en el Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya.
El resto corre como un huracán. Primero, las obras para construir el templo. Luego, buscar un cuadro de la Virgen para el Santuario. Luego, el primer milagro: la curación de Clorinda Lucarelli, una niña de 12 años que es curada de su epilepsia. Luego, más obras de caridad, sobre todo para huérfanos.
En 1887 se inaugura el Santuario. Alrededor del templo dedicado a la Virgen, florecen asilos para niños abandonados, talleres para obreros, imprentas para difundir la doctrina católica...
Resulta especialmente hermoso el trabajo con los hijos de los delincuentes. En la Europa de aquellos años se difunde la idea de que el hijo del criminal o del ladrón será también criminal o ladrón. Bartolo abre varios centros para niños huérfanos, pero quiere uno dedicado especialmente a los hijos de los encarcelados.
La idea de este orfelinato surge a partir de un drama muy concreto: una mujer encarcelada, que escribía cartas a “don Bartolo” (así lo llaman todos), muere de dolor cuando le comunican que su hijo pequeño, nacido en la cárcel, acaba de fallecer. Bartolo no se queda con los brazos cruzados: hay que hacer algo. En 1892 se pone la primera piedra para este proyecto. En 1898 ya cuenta con más de 100 alumnos, hijos de delincuentes. Llegan pronto las críticas (no faltan los “bienpensantes”) de quienes dicen que allí se están formando criminales en pequeños. La realidad es que casi todos los ex-alumnos de esta obra llegaron a ser ciudadanos ejemplares, contra las teorías de los “científicos” que defendían el determinismo criminológico...
Entre las otras iniciativas de Bartolo está la oración por la paz, casi como un precursor que intuye los horrores de la guerra (dos guerras mundiales en el siglo XX). Se construye, en la fachada del Santuario de Pompeya, un monumento a María, Reina de la paz, que será inaugurado en 1901. A la vez, promueve una especie de “referéndum” por la paz universal, con el que consigue 4 millones de firmas.
De sacerdote espiritista a promotor del Rosario, la caridad cristiana, la educación y la paz. Quizá sea un resumen pobre de la vida de Bartolo Longo (1841-1926), pues deja de lado lo más importante: su dejarse perdonar por Dios, su vivir cerca de la Virgen, su continuo buscar en todo, aunque no parezca fácil, hacer la Voluntad del Padre, y su servicio a los más necesitados de ayuda y afecto.
Juan Pablo II lo declaró beato el 26 de octubre de 1980. Una de las revistas fundadas por Bartolo, “Il Rosario e la Nuova Pompei”, se publica y difunde por todo el mundo, no sólo en italiano, sino también en español y en inglés.
(Para más información, cf. http://www.santuario.it/).