El cristianismo es aceptar a Jesucristo y todo lo que Él nos enseña en el Evangelio, interpretado auténticamente por el Magisterio de la Iglesia.
Jesucristo contó la parábola de los viñadores infieles (Mt 21,33-46) a los sacerdotes judíos y a los fariseos, pues ellos estaban rechazándole a Él, el Hijo de Dios, enviado por el Padre (v.45).
Los "siervos" de la parábola, que fueron golpeados, apedreados y matados son los profetas que Dios había enviado a predicar al pueblo a lo largo de los siglos (vv. 35-36). El "hijo" que fue matado "fuera de la viña" es el mismo Jesucristo que iba a ser crucificado fuera de las murallas de Jerusalén (v.39). Los israelitas no sólo rechazaron a los profetas, sino también al Hijo, enviado por el Padre. Esta parábola es la historia del rechazo de los profetas y del gran Profeta, Jesucristo, el Hijo de Dios Padre.
Jesucristo es la "piedra angular", el salvador del pueblo (v.42), pero llega a ser "piedra de escándalo" por su doctrina de amor.
El cristianismo no es esencialmente la aceptación de una doctrina, sino de una Persona, Jesucristo. La fe no es sólo creer "en" lo que Dios dice, sino creer "a" Dios.
No basta creer que Dios existe para salvarse, pues hasta los demonios saben que Él existe y no por eso están sanos y salvos. Hay que creer a Dios y como consecuencia todo lo que Él nos dice por la Revelación. Dado que Él nos ha revelado todo por medio de su Hijo Jesucristo, es necesario aceptar la doctrina de Éste.
La aceptación de Jesucristo exige hacer una opción. Delante de Él cada hombre tiene que tomar posición. Si uno acepta a Jesucristo como su Salvador, entonces tiene que aceptar toda su doctrina. No hay que filtrar las verdades evangélicas. Existe la tendencia a hacer precisa-mente eso: aceptar las páginas del Evangelio que nos resultan bonitas y fáciles de creer y dejar a un lado las que nos resultan demasiado exigentes. Se cree en el Cielo, pero no en el Infierno; se cree en el perdón de los pecados, pero no en el sacramento de la reconciliación; se acepta que Jesucristo da la verdadera felicidad, pero no se quiere pagar el precio de alcanzarla que es el llevar la cruz de todos los días...
Ponernos delante de Jesucristo y decirle que aceptamos todo lo que Él nos enseña.