Internet en casa ¿debo aceptarlo?
¿Debo aceptar el uso de internet en mi casa, sabiendo que los filtros son siempre esquivables, si creo que es la puerta para contenidos que van en contra de mis principios morales?
¿Debo aceptar el uso de internet en mi casa, sabiendo que los filtros son siempre esquivables, si creo que es la puerta para contenidos que van en contra de mis principios morales?
Hace poco asistí a una clase de bioética en la que el profesor, un destacado ginecólogo de Roma, nos mencionaba no sin cierto sarcasmo, que muchas veces le tocaba atender a pacientes que acudían con sus hijas prontas a casarse. Ante la proximidad de la boda, la madre preguntaba al doctor qué método le recomendaría a su hija para comenzar a cuidarse...
-“¿Cuidarse? ¿De qué? ¿De quién?”, inquiría el doctor.
Gabriel García Márquez en su famosa novela “Cien años de soledad” refiere como su gran personaje Amaranta Úrsula, al organizar el regreso al pueblo de Macondo, retrasó el viaje varios meses para hacer una escala en las Islas Afortunadas, porque deseaba seleccionar veinticinco parejas de canarios con los que repoblaría el cielo del mítico Macondo.
La cara deformada por granos y espinillas. Una nariz que no acaba de acomodarse al contorno de la cara. Una pelusilla, esbozo de bigote y barba. La habitación tapizada por rostros de hombres. Largas conversaciones en el teléfono con las amigas. Interminables días grises que terminan en llantos. Dietas y más dietas... ¡Auxilio...! Hay un adolescente en mi casa.
Muchas veces nos hemos pasado el tiempo viendo la televisión. Una tarde sosegada en la que parecía que nada me perturbaría he jugado al nuevo deporte del “zapping” que así le llaman en lengua inglesa y que aún no conoce vocablo propio en la lengua de Cervantes. Huérfanos de tal palabra, estamos haciendo el zapping ante un arsenal de cincuenta canales que la tecnología permite en algunos países. Cincuenta diversas posibilidades para aprender, para disfrutar o simplemente para descansar.
Es bueno detenernos un poco y hacer un resumen de lo que hemos hablado hasta este momento. Espero que al mismo tiempo que has leído todos estos artículos también los hayas ido poniendo en práctica. Tú bien sabemos que lo aquí expuesto no es simplemente para contemplarse, sino para ser llevado a la práctica de cada día. Ojalá que antes de seguir adelante con este programa de crecimiento interior puedas detenerte por un momento para hacer un balance de lo ya adquirido. ¿He mejorado? ¿Reconozco en mí al hombre y la mujer que Dios quiere de mí?
Con este último artículo llegamos al principio. ¿Al principio? ¿Me habré equivocado o se habrá equivocado el editor de catholic.net al escribir estas palabras? No. No ha habido ninguna equivocación en ninguno de nosotros. Lo confirmo: con este último artículo llegamos al principio. Al principio de la historia de tu vida que de ahora en adelante deberás escribir de cara a Dios.
Los seres humanos no somos ajenos a las diversas situaciones y circunstancias del vivir cotidiano. El nacimiento de un hijo, el aniversario de las bodas de nuestros padres, la primera comunión de algunos de nuestros sobrinos, las graduaciones, son acontecimientos que dejan huella en la historia familiar. Podemos afirmar que este entramado de acontecimientos al sumarse hacen que una familia encuentre y vaya forjando su identidad.
Vamos a recordar un poco la definición de la fuerza de voluntad “Es la facultad capaz de impulsar la conducta y dirigirla hacia un objeto determinado, contando con dos ingredientes básicos: la motivación y la ilusión”.
-No lo pensaré dos veces. Me disfrazaré con pajarita y sombrero para auxiliar a heridos y moribundos- pensaba el joven sacerdote. Y entre la gente pasaba inadvertido de las miradas y de las balas. Era la única forma de ayudar.
-¡Bonitos collares para sus chicas! ¡Anillos de oro labrado!
-¿Cuánto cuesta este anillo?
-Cinco pesos, marchante.
-¡Sinvergüenza!, vendes requetecaro. Mejor, cómetelo.