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Concursos de belleza, ¿fomentan el exhibicionismo?

Gabriel García Márquez en su famosa novela “Cien años de soledad” refiere como su gran personaje Amaranta Úrsula, al organizar el regreso al pueblo de Macondo, retrasó el viaje varios meses para hacer una escala en las Islas Afortunadas, porque deseaba seleccionar veinticinco parejas de canarios con los que repoblaría el cielo del mítico Macondo. 

Dice el autor de la novela que esa fue la más lamentable de sus numerosas iniciativas frustradas, pues los pájaros, a medida que se reproducían, tardaban más en sentirse libres que en escapar del pueblo. El empeño de Úrsula construyendo pajareras, falsificando nidos con esparto en los almendros y prodigando alpiste no logró disuadir a los desertores. Los pájaros daban una vuelta sobrevolando el pueblo y tomaban el rumbo que les llevaba a las Islas Afortunadas.

Puede ser una novela, pero ningún ser vivo puede traicionar su propia naturaleza. Así nosotros, somos hombres y mujeres y no podemos contrariar la inclinación que cada uno siente por el sexo contrario, dejando a un lado las patologías. Y la misma naturaleza juega con nosotros al hacernos sujetos de situaciones más o menos difíciles. 

¿Quién no ha visto al joven adolescente de trece o catorce años cambiar súbitamente de color, atragantársele las palabras, perder suelo, vamos, cuando ve a la fémina de sus sueños? Curioso, pero esa misma personita que ahora lo trae trastocado, posiblemente hace unos cuantos años no era más que un ser de segunda categoría para él, el blanco preferido de burlas y travesuras.

El hombre siente esa atracción en todo su ser. No es un fenómeno cultural como muchos ahora quieren hacernos creer con enredos de género y sexo. Es parte de su naturaleza, de la cual no se puede sustraer. No por esto podemos dar rienda suelta a los instintos y dejar que la sexualidad nos desborde, como hoy en día proponen muchos medios de comunicación. 

El hombre y la mujer cuentan también con su inteligencia, con su razón para regular sus instintos. Es importante notar que hablamos de regular el apetito sexual, no de suprimirlo o reprimirlo, pues nunca podremos suprimir la sexualidad en nuestras vidas, so pena de enfermar gravemente. Debemos encauzarla de acuerdo a los planes previstos por Dios para cada uno de nosotros. Hay quienes llamados a vivir una vida de entrega total a Dios viven su castidad sublimándola en la entrega total de su persona, al mismo Dios que los llama y a sus semejantes. Hay quienes Dios los llama a colaborar en la tarea de construir una familia y viven su castidad matrimonial expresada en la fidelidad mutua y en las manifestaciones de amor y unión queridas por la ley divina.

Es la virtud de la castidad la que ayuda a ordenar rectamente nuestras pasiones e instintos sexuales. La vivencia de esta virtud requiere el ejercicio de una sólida vida de oración, un frecuentar los sacramentos de la eucaristía y la penitencia, la adecuada formación de la conciencia y la pureza de la mirada exterior e interior. Ya Jesucristo nos ha dicho que las ventanas del alma son nuestros ojos. Mediante la disciplina de los sentidos y la imaginación, mediante el rechazo de toda complacencia en pensamientos impíos que nos inclinan a apartarnos del camino de los mandamientos de Dios podemos tener esta pureza de la mirada, recordando lo que dice el salmista: “La vista despierta la pasión de los insensatos” (Sb. 15,5)

Junto con la virtud de la pureza de las miradas contamos también con otra arma para vivir la castidad. Se llama pudor, que no es otra cosa que el ordenamiento de las miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas (Catecismo de la Iglesia Católica, 2521). El pudor rechaza los exhibicionismos del cuerpo humano propios de cierta publicidad o las incitaciones de algunos medios de comunicación a hacer pública toda confidencia íntima.

No podemos negar que ciertos tipos de concursos de belleza favorecen el exhibicionismo y los sueños indecorosos, haciendo del cuerpo humano un ídolo de los tiempos modernos. ¿Cuánto tiempo, medios económicos y esfuerzos se dedican al culto del cuerpo? Algunas de esas personas hacen del embellecimiento y exposición de su cuerpo un culto sustitutivo de la adoración a Dios.

Cuando ciertos concursos de belleza hacen del cuerpo un ídolo, al permitir su exhibicionismo más allá de lo que la recta razón y el pudor pueden dictar para cada situación específica, podemos hablar que atentan contra el noveno mandamiento.