Enséñame, Señor a decir: ¡Gracias!
Enséñame, Señor a decir: ¡Gracias!
Gracias en distintos idiomas,
gracias a las distintas personas
pero, sobre todo, Señor,
gracias porque... ¡existes!
Gracias por tu Eucaristía,
Enséñame, Señor a decir: ¡Gracias!
Gracias en distintos idiomas,
gracias a las distintas personas
pero, sobre todo, Señor,
gracias porque... ¡existes!
Gracias por tu Eucaristía,
¡El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza! (Rm 8,26)
Espíritu de Amor eterno, que procedes del Padre y del Hijo, te damos gracias por todas las vocaciones de apóstoles y santos que han fecundado la Iglesia. Continúa, todavía, te rogamos, esta tu obra.
No resulta fácil ser sacerdote. Por las críticas de algunos familiares, que no comprenden por qué un joven deja la carrera o el trabajo para ir al seminario. Por la sonrisa compasiva de amigos, que ven cómo queda “arruinado” un futuro que parecía prometedor. Por la mirada de gente anónima, que espera el día en que la Iglesia deje de existir sobre la tierra...
Hay momentos en los que el corazón sufre por tristezas profundas, por penas que parecen no tener fin. Pensamos entonces que Dios no nos escucha, que nos abandona, que nos “prueba”, que permite enfermedades lentas y dolorosas o dramas profundos en la propia vida o en la de tantas personas a las que queremos de veras.
Recuerdo que en la primaria nos enseño un maestro la importancia de las jaculatorias, esas oraciones breves que nos ayudan a recordar y alabar la presencia de Dios.
Primero Dios; Dios mediante; Si Dios quiere y otras similares nos sirven al ser usadas constantemente para recordar que la vida no la tenemos comprada y que en este mundo solamente vamos de paso.
Pero en alguna ocasión me he topado con gente que responde a mi 'Dios mediante' con un 'Dios aquí no tiene nada que ver'.
En el pasado había hombres o mujeres que buscaban tener un hijo a cualquier precio. Si “hacía falta”, recurrían a graves injusticias: a la violencia sexual dentro del matrimonio, al adulterio, al divorcio para “probar” con otra pareja. Pero la ética y el derecho nos dicen, con firmeza, que nunca algo bueno (el nacimiento de un hijo) puede permitir el uso de medios injustos.
La mayoría de los ciudadanos del mundo seríamos incapaces de recordar los nombres de más de media docena de polacos célebres, que a lo largo de los siglos han pasado a la Historia como eximias personalidades, dignas de recordarse para siempre.
Entre los polacos universales y que pocos humanos olvidarán, está el nombre de Karol
Wojtyla, el papa Juan Pablo II, que ha presidido la Iglesia católica a lo largo de 26 años.
No resulta fácil ser sacerdote. Por las críticas de algunos familiares, que no comprenden por qué un joven deja la carrera o el trabajo para ir al seminario. Por la sonrisa compasiva de amigos, que ven cómo queda “arruinado” un futuro que parecía prometedor. Por la mirada de gente anónima, que espera el día en que la Iglesia deje de existir sobre la tierra...
Hay momentos en los que el corazón sufre por tristezas profundas, por penas que parecen no tener fin. Pensamos entonces que Dios no nos escucha, que nos abandona, que nos “prueba”, que permite enfermedades lentas y dolorosas o dramas profundos en la propia vida o en la de tantas personas a las que queremos de veras.