Enséñame, Señor a decir: ¡Gracias!
Gracias en distintos idiomas,
gracias a las distintas personas
pero, sobre todo, Señor,
gracias porque... ¡existes!
Gracias por tu Eucaristía,
gracias por tu Madre,
gracias por todos y cada uno de tus hijos,
mis hermanos,
que día a día colocas junto a mí.
Gracias, en fin, por haberme enseñado
a darte y a dar las gracias.
Junto con todas tus criaturas,
las que te las hayan dado antes que yo
las que no sepan no contesten a tu amor
o las que ni siquiera se hayan enterado.
Deseo desde ahora que mis palabras
sean simple y sencillamente éstas:
¡Gracias! ¡A todos! ¡A Tí, Señor!