Padre Fernando Pascual L.C.
A todos nos gusta que alguien piense en nosotros. Dos ojos que nos miran con cariño causan en nuestro corazón un estremecimiento profundo, confortante y alegre. Vale la pena vivir si se nos ama. Vale la pena ir al trabajo si encontramos a alguien que nos sonría. Vale la pena volver al hogar cuando el esposo o la esposa, los padres o los hijos, nos besan suavemente, nos muestran de mil modos lo mucho que nos quieren.
Llega la Navidad. Para algunos, un tiempo de descanso. Para otros, momentos de inquietud: salen a la luz tensiones y problemas que uno, a veces, puede ocultar gracias al trabajo. Para los cristianos, un momento de fiesta: ¡nace el Salvador!
Para Dios, ¿qué es la Navidad? Dios no tiene tiempo, lo sabemos. Pero entró en el tiempo. Jesús sigue siendo Hombre en el cielo: cada Navidad “recuerda” que es su “cumpleaños”.
El sacerdote grita, según sus posibilidades, las primeras palabras de la misa. A su alrededor se mueve un grupo vivo y desnivelado de acólitos, algunos más inquietos, otros tranquilos, con pantalones de mil colores debajo de un roquete que llega hasta las rodillas.
Delante, en las primeras filas, está una muchedumbre de niños. Miran hacia delante, o litigan con el de al lado. Detrás, algunas señoras intentan poner orden entre los más pequeños.
Un niño pide noticias sobre Dios
Corrían los primeros días del mes de abril de 2004. En la ciudad de Barcelona dos esposos se acercan a un sacerdote y le preguntan si sabía inglés. Ante la respuesta afirmativa, piden un favor especial: que explique a su hijo de 9 años quién es Dios.
El profesor había dado una clase magistral. La química, la embriología, la paleontología, la botánica, la zoología: todo servía para probar la evolución. Darwin fue un genio (desde luego, había que mejorarlo), los neodarwinianos un portento, los etnólogos unos expertos, y... y los pobres creyentes, seres desfasados que todavía creen en la verdad de la Biblia y en el mito de que el hombre ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios.
Un lugar para cada uno
Es un estribillo de una canción escrita para niños: “Pero no importa: igual o diverso, cada quien tiene su lugar en este infinito universo...”
Dios sigue entre nosotros. Sigue en cada obispo, en cada sacerdote, en cada cristiano que vive a fondo el Evangelio. Sigue en su cariño, en la lluvia y el sol, en el pan y en el hogar, en cada niño que nace y en la fidelidad de unos esposos que se aman con locura.
Dios no se cansa de amarnos, de buscarnos, de caminar a nuestro lado. Es verdad que a veces el mal parece tan grande que nos olvidamos de su amor, que pensamos en su silencio como si fuese debilidad o impotencia.
De niños nos gustaba buscar tesoros. De grandes nos gustaría encontrarlos, hacernos con ellos sin peligros y sin graves esfuerzos.
No es fácil encontrar un tesoro que valga de verdad. Para el cristiano, sin embargo, el tesoro ya está a nuestro alcance, es posible conseguirlo en cualquier lugar, en cualquier momento.
La antorcha olímpica avanza, de mano en mano, llena de vida y temblorosa. Viene de un lugar lejano. Trae un fuego. Busca llegar a una meta, a un destino. Cada transmisor es importante: si uno falla, si nadie cubre una parte del camino, esa llama tal vez morirá, lejos de su destino. Tal vez se extinguirá abandonada y sola.
Te mando un nuevo saludo esperando que te encuentres bien. Quería reflexionar contigo sobre aquello que parece separarnos, cuando quizá estamos más cerca el uno del otro de lo que parece.