¿Qué
significa educar en medio de las agudas transformaciones que padece
nuestra sociedad en las postrimerías del siglo XX? La dolorosa
respuesta la encontramos en aquellas campañas de publicidad, faltas de
seriedad que, en ocasiones, nos llevan a creer que la educación es una
inversión, pues saber es una garantía para lucrar. Los títulos
académicos constituyen así un seguro para vivir sin molestias y
disfrutar sin sacrificios.
Un
hijo servicial es aquel que, cuando su papá está arreglando el carro o
alguna parte de la casa, se acerca en plan de colaborar sin que alguien
lo obligue con regaños o amenazas.
Recuerdo
que un invierno mi padre necesitaba leña, buscó un árbol muerto y lo
cortó. Pero luego, en la primavera, vio desolado que al tronco marchito
de ese árbol le brotaron retoños.
Un hombre caminaba por el desierto cuando oyó una voz que le dijo:
“Levanta algunos guijarros, mételos en tu bolsillo y mañana te sentirás a la vez triste y contento.”
Me
sorprende cómo celebran nuestros jóvenes la llegada de sus dieciocho
años: emborrachándose, fumando, con grandes fiestas, frecuentando
lugares del todo impropios. Se presentan como adultos en la sociedad
rompiendo sus leyes.
En
una conferencia llevada a cabo en una universidad estadounidense, Bryan
Dison, ex-presidente de Coca-Cola, habló sobre la relación entre el
trabajo y otros compromisos de la vida diaria.
Bryan decía:
¡Quién
iba a decirnos que una solución y un secreto tan grande pudiese caber
en una cabecita tan pequeña! ¡Cómo pensar en encontrar una idea tan
madura en tan cortos años!