Thérèse de Lisieux
Luego de una prolongada agonía, con intensísimos dolores que provenían de sus pulmones ya deshechos y que recorrían su cuerpo mermado, inhaló todo el aire que pudo, que ya fue poco, para pronunciar la frase inmortal: “No muero… entro en la vida”. Luego miró el crucifijo que sostenía entre sus manos replegadas sobre sí misma, y suavemente dijo: “Te amo, cuánto te amo” y cayó exhausta sobre la almohada, muriendo…