Cada día me convenzo más de que la felicidad en el mundo no existe si Cristo no está presente en la vida. Conozco personas con todos los medios a su alcance. Conozco personas pobres; conozco personas de la clase media; conozco a industriales, a banqueros, a obreros... Todos padecen la misma enfermedad: el dolor los ha visitado: en su esposa, en sus hijos, en sus negocios, en su interior, en un fracaso. Sólo Cristo hace "suave el yugo". Y es admirable oír a un joven que lo ha tenido todo en la vida: "Hasta ahora yo viví para mí y fui un infeliz; pero ahora viviré pensando en la muerte para ser feliz". Cruz y felicidad son inseparables. Ésta es la necedad de la cruz para el mundo.