Y sin
embargo, sabemos que seguir a Cristo es difícil. Él quiere para sí
todo; es celoso de nuestra entrega; quiere fraguar en la prueba la
calidad de nuestro amor hacia Él. El Evangelio es un testimonio claro
de la exigencia cristiana: hay que dejar todo, hay que dejarse a sí
mismo, hay que tomar la cruz diaria, hay que renunciar a todo aquello
que nos aparte del ideal.
A pesar de ello, vemos en los apóstoles hombres felices, profundamente
realizados, que se sentían dichosos de sufrir, de que los azotaran por
Cristo. Ésa debe ser la vida de una mujer del Reino: un testimonio de
alegría cristiana, un testimonio de plenitud. La felicidad es una
adquisición interior, la felicidad es Dios. Por ello, cuando el corazón
está inundado de Dios, no cabe la tristeza, la angustia, la
insatisfacción; la vida es bella aunque está sembrada de dolor, de
sufrimiento, de incomprensión...