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No hay socio mejor ni amigo mejor

Tenlo pues, como aliado, como amigo, como colaborador. Hazlo algo vivo, y palpitante en tu vida. Hazlo alguien que cuenta para todo: para todo tu hacer, para todo tu quehacer diario. Para todo: estudios, trabajo, juego, apostolado, relaciones humanas, vida interior. ¡Para todo! Sin excluir nada.

Hazte una pregunta: ¿tú realmente estás trabajando acompañado de esta fuerza misteriosa, santificadora y vivificadora que es la alianza y unión con el Espíritu Santo, que habita en tu corazón por la gracia, que está dentro de ti por la gracia, con la Santísima Trinidad, con el Padre y con el Hijo? Realmente pregúntate: ¿tú trabajas aliado a Él? ¿Lo recuerdas? ¿Cuántas veces lo sientes en tu vida, en tus oraciones, en tus recreos, en el comedor, en todo tu tiempo? ¿Cuántas veces tú te percatas de que cuentas y está con el Espíritu Santo santificador trabajando por lograr con aquellos actos, que parecen intrascendentes, tu santificación personal?.

Trabaja pues y haz todo esto con una gran confianza y estrecha unión con el "socio", con el que vas a realizar la obra más importante de tu vida: la obra de tu santificación. No hay socio mejor ni amigo mejor.