La
realidad es que a tantísimos cristianos no les "duele" su fe en Cristo;
no les duele porque la han "domesticado" para que se acomode a las
exigencias de sus pasiones y a las instancias del mundo, y por eso
pueden hasta traicionar su fe cada día de diferentes maneras y con la
conciencia "tranquila"; tranquila, porque la han domesticado. Pero, si,
por lo menos, esto diera por resultado la felicidad del alma, del
hogar, del ambiente... Pero no. Ante la impotencia para dominar la
circunstancia diaria, que poco a poco va matando el caudal inicial de
ilusión y esperanza, la gente se abandona; la mayoría opta por vivir a
la deriva. Hombres y mujeres de nuestra sociedad "feliz" terminan
simplemente por dejarse llevar por la vida. Saben, tal vez, qué hacer
con las cosas, pero no saben qué hacer consigo mismos.