La
oración es una renovación desde Dios. El alma sufre a veces una tensión
continua, momentos de cansancio, vaciedad, tentación, a pesar de los
anhelos de verdad, de lucha, de entrega. Hace falta claridad, fuerza,
elevación. Y la serenidad brota de la oración; en contacto con Dios el
alma se reconoce, siente más explícitamente la insuficiencia personal y
penetra en lo sobrenatural, en el dominio de la gracia. "Sin mí, no
podéis hacer nada" (Jn 15,5). La convicción profunda de que Él llama,
conoce la debilidad del hombre y ofrece su apoyo, disipa todas las
dudas y tentaciones.