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La fuente de la felicidad

La
fuente de la verdadera felicidad está en el interior de cada ser
humano, donde Dios se hace paz, alegría, gozo, serenidad para quienes
viven en amistad con él, y no en las cosas exteriores, en las vanidades
del mundo, en las alegrías pasajeras y fatuas, en las sonrisas de
compromiso, en la capacidad de disfrute de los placeres. Por ello, yo
les recomiendo mucha vida interior, mucha vida de unión con Dios, mucha
capacidad de interiorización personal, mucho crecimiento en
profundidad, porque ahí es donde realmente se es feliz.

La
vida interior no es la pretensión fatua de querer y pretender pasarse
la vida entera en la capilla o pensando en Dios; tampoco es encerrarse
en ustedes mismas sin admitir una relación hacia las demás y hacia sus
necesidades; tampoco es una artificial vida de contemplación de las
cosas espirituales. No. La vida interior es mucho más natural y
sencilla, porque es simplemente la unión real, natural, personal,
constante con Dios, fundada en la vida de gracia. Es la identificación
de corazón y voluntad con la voluntad santísima de Dios, "hasta tener
los mismos sentimientos de Cristo" (cf. Flp 2,5). Es la actitud de amor
filial y confiado que obliga a mantener con Dios una postura de un hijo
amante del Padre.

La
vida interior permite al ser humano, como fruto de su unión con Dios y
de su identificación con su voluntad, vivir en permanente contacto con
Él a través de todas las cosas y de todos los acontecimientos de la
vida: de los estudios, de las relaciones humanas, de los sucesos, de la
naturaleza, del campo, de las flores, de la noche, de la lluvia, de las
estrellas, de todo. Y es que Dios, a quien vive en su presencia, le
permite y deja contemplar en todo su huella, y por eso, todo le señala
y le lleva a Dios. ¡Qué hermosa es la vida, cuando el alma se habitúa a
ver a Dios en todos los hombres y en todas las cosas!