Nosotros
quisiéramos conquistar un estado que nos facilitara o anulara todo
esfuerzo. Y sin embargo, Cristo nos ha prometido una cruz para cada
día; una cruz que hoy es humillación, que mañana puede ser el dolor de
una renuncia, y que después puede ser la sumisión en la obediencia.
Sería muy fácil un cristianismo donde después de cierto tiempo
desaparecieran de nosotros las pasiones, los vicios; donde no nos
costara la castidad, la entrega de nuestra
libertad, la renuncia a los bienes materiales. Pero no es así: el
cristianismo es ante todo renuncia; pero no una mera renuncia negativa,
como si estuviéramos contemplando a los hombres y mujeres de fuera en
un gran banquete en el que nosotros no podemos participar. No.
Renunciamos a ciertas cosas por un ideal superior. Somos como el hombre
del Evangelio que ha encontrado "una perla preciosa", y va, vende todo
lo que tiene, para comprar aquella perla.