La abnegación no tiene sentido ni razón de ser en el hombre, ni ejerce
ningún atractivo sobre la naturaleza, inclinada a concederse todas las
satisfacciones posibles. Pero a la luz de la cruz de Cristo y con la
fuerza que brota de ella, se convierte en un camino necesario de
santidad y de eficacia apostólica. Es el camino escogido por Cristo
para realizar su obra de salvación y para llevar fruto abundante: "Si
el grano de trigo no cae en tierra y muere, quedará solo; pero, si
muere, llevará mucho fruto" (Jn 12,24).