Esa amistad con el Espíritu Santo, esa atención silenciosa y constante, para escuchar lo que Él quiere de mí, le ha dado a mi alma la seguridad de la fecundidad ante tantas obras y palabras destinadas aparentemente a muchos fracasos inmediatos. Sé que Dios se ha apoderado de ellas para penetrar donde no había penetrado, para vibrar donde no había vibrado, en las soledades más espesas, en las tinieblas más negras y en los más crueles desamparos.