Cristo apóstol que sale de sí mismo, que no se tiene en cuenta a sí cuando
tiene que realizar su misión, que la vive sin chapuzas, sin rebajas,
limpiamente. Cristo que busca la gloria de Otro, no su propia gloria,
el Cristo sereno, objetivo y humilde, no el Cristo agitado, paranoico y
soberbio; Cristo sereno y satisfecho de su vida, contento siempre y
seguro de sí, Cristo Dios y hombre, Señor de la historia, hijo de
María, amigo, compañero y hermano.
Ese Cristo concreto, concretísimo, vivo y operante, es el motor de nuestra
vida en el Movimiento, el motor de cada uno de los hombres y de las
mujeres del Movimiento, el objeto de nuestra concentración, el ideal
exigente, pero amable que debemos seguir, entregar, transmitir, sin
reservas, con pasión; el Cristo enamorado de nosotros, el que exige de
nosotros amor, pero no un amor irreal, sino un enamoramiento, una
posesión plena, de tal manera que seamos capaces de pasar por encima
del fuego, para poder conquistarle para nosotros y para poder
conquistarle para los pueblos, para las sociedades; un amor de heroísmo
de cada uno de los hombres del Movimiento.