¡Pobres hombres! Van a tientas, saltando de una ilusión a otra, hasta que todas se acaban. Ahí van todos en bola: uno gritando: "comunismo", otro: "fascismo"; uno viene drogado, otro satisfecho, otro escéptico; uno baja riendo y al lado otro llorando... ¡qué ancho es el camino que lleva a la nada, y cuántos bajan por él!
¿Y los que tenemos a Cristo? ¡Qué pocos hay que, abandonando su seguridad culpable, bajen al camino y se mezclen con todos y ofrezcan manos amigas! Sí, sabemos teóricamente que Cristo es la solución; que todos los hombres podrían bajar alegres sabiendo a dónde van; que todos podrían bajar con Dios. Pero no se lo damos. Cristo no nos ha convencido; somos cristianos de nombre, de reserva, de retaguardia; cristianos que no siguen a Cristo, sal que ha perdido su sabor.