Amparado en Cristo, láncese, sin respeto humano, sin miedo, sin temor al fracaso, a la batalla apostólica, en la seguridad de que Cristo le acompaña y protege. No tenga miedo a herir la susceptibilidad de las personas con su agresividad apostólica, pues es una ofensa a la verdad decir las cosas a medias cuando esta verdad es Cristo. Haga de todos sus contactos humanos una siembra de fe, de esperanza, de caridad, de valores humanos y cristianos, de inquietudes, de superación. Esfuércese para que sus conversaciones tengan profundidad y no sean vehículo de la moda, del pasatiempo, de la noticia ligera. Concientícese de que es urgente extender el Reino de Cristo entre los hombres. Verá cómo de esta manera la garra apostólica surge como un fruto espontáneo de su amor a Cristo y al Reino.