¡Ciérrame los ojos, Padre,
en esta madura luz del día!
¡Déjame cerrar los ojos
y enséñame a mirar a ciegas!
No, no me importa nada…
Que otros pregunten y no entiendan;
quiero ser otra vez un niño
y andar solamente a tientas.
Ofusca entonces mis sentidos;
absórbeme, úneme a tu sacrificio;
mira que hace mucho tiempo
soy lágrima contigo.
Regálame tu llama
que yo seré antorcha.
Guíame en la noche
del dolor que purifica,
en la noche de la fe
que es olvido en tus manos.
¡Déjame ver la luz
en la penumbra del amor que cuesta!,
permíteme cerrar los ojos
en la enfermedad que es salud
aunque pocos lo entiendan.
***
Hace ya muchos años
que mi ceguera dice abandono.
¿Qué si estoy cansado?,
¿cómo habría de estarlo
si has permanecido a mi lado?
La oscuridad ha sido luminosa,
el padecer ha sido goce;
yo estaba cansado de las cosas
y Tú viniste y convertiste mi cansancio,
en medio de mi ofuscación,
en fecundidad amorosa.
Gracias por dejarme sin pasado,
sin presente y sin futuro;
gracias por despojarme
y ser mi lazarillo
en esta fértil y fructífera muerte feliz
que ando con sandalias de luz
de cara a la eternidad.
Gracias porque, cansado de mucho,
jamás me he cansado de amar.
Gracias por tus sabios consejos
que dictas en el silencio de mi alma;
gracias por los cuidados
con que te me regalas
a través de mis hijos y hermanos.
¡Gracias porque no puedo ver
con mis ojos físicos
Pero sí con los de la fe!