Súplica a María de los marginados
Súplica a María de los marginados
Señor, enséñame a envejecer.
Convénceme de que no son injustos conmigo
los que me quitan responsabilidad, los que no me piden mi opinión, los
que llaman a otro para que ocupe mi puesto.
Quítame el orgullo de mi
experiencia pasada; quítame el sentimiento de creerme indispensable, que
en este gradual despego de las cosas yo sólo vea la ley del tiempo, y
considere este relevo en los trabajos como manifestación interesante de
la vida, que se releva bajo el impulso de tu providencia.
¡Salve, Madre bondadosísima,
que todo lo ves y escuchas,
aún de lejos!
¡Recibe mi saludo, humilde, reverente y filial;
adivina el ferviente palpitar de este corazón
que a través del mar
llega hasta el tuyo!
¡Alégrate, sublime Mujer del Cielo,
y recibe mi agradecimiento
por tus muchos beneficios y prodigios!
¡Madre de nuestras madres,
omnipotente por gracia ante el corazón de Dios,
ruega por nosotros, pecadores!
Auxilio de los pecadores
siempre dispuesta al perdón
y a la intercesión
obtenme las gracias
que me sean necesarias
para encaminar rectamente mi vida,
rechazar enérgicamente el pecado.
huir de sus ocasiones
y poner los mejores medios
para purificarme
según el divino designio
y así encaminarme
hacia quien es la Vida misma
Amen
(Madre Admirable)
Lirio frágil y esbelto tan fragante
quiero verte a mi lado,
mi ternura de Madre por ti vela
con amor exquisito, dulce amparo.
Si peligros te cercan por doquiera
con fermentido halago,
y el mundo te presenta su hechizos,
que encierran brillo falso.
Acude a mí. Mi velo te cobija
con maternal cuidado, y este velo
de virgen sabrá darte de la pureza
los divinos rasgos.
Antífona del Oficio de la Pasión
Santa Virgen María,
no ha nacido en el mundo
ninguna semejante a ti entre las mujeres,
hija y esclava del altísimo y sumo Rey,
el Padre celestial,
Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo,
esposa del Espíritu Santo:
ruega por nosotros
ante tu santísimo amado Hijo, Señor y maestro.
Gloria al Padre. Como era.
Os reconozco y os venero, ¡oh Virgen santísima, Reina de los Cielos, Señora y Patrona del universo!, como a Hija del eterno Padre, Madre de su dilectísimo Hijo, y Esposa amantísima del Espíritu Santo; y postrados a los pies de vuestra gran Majestad con la mayor humildad os suplico por aquella divina caridad, de que fuisteis sumamente llena en vuestra Asunción al cielo, que me hagáis la singular gracia y misericordia de ponerme bajo vuestra segurísima y fidelísima protección, y de recibirme en el número de aquellos felicísimos y afortunados siervos
"¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!" (Jn 19, 26).
Mientras se acerca el final de este Año Jubilar,
en el que tú, Madre, nos ha ofrecido de nuevo a Jesús,
el fruto bendito de tu purísimo vientre,
el Verbo hecho carne, el Redentor del mundo,
resuena con especial dulzura para nosotros esta palabra suya
que nos conduce hacia ti, al hacerte Madre nuestra:
"¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!".
Virgen Milagrosa, mírame delante de ti, lleno de alegría, para darte las gracias por el favor que me has concedido. He reconocido por experiencia que siempre escuchas las peticiones que te hacemos y que tu Medalla es prenda de protección y de paz. Continúa, Virgen Milagrosa, otorgándonos favores y acercándonos cada día más al Señor. Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrios a ti.