"Los Hijos, Primavera de la Familia y de la Sociedad"
Vaticano, 11-13 de octubre de 2000
Vaticano, 11-13 de octubre de 2000
El punto de partida para hablar de estos métodos, es el amor conyugal, entendido en su valor originario, como la entrega total y exclusiva, que se da entre un hombre y una mujer, para que unidos se complementen y perfeccionen. Este amor conyugal es tan grande, que no se agota en la comunión entre los esposos, sino que se prolonga más allá, suscitando nuevas vidas como fruto del amor y a su vez, cada hijo añade más amor y felicidad a la familia.
Presentación
Uno de los fenómenos más extensos que intepelan vívamente la conciencia de la comunidad cristiana hoy en día, es el número creciente que las uniones de hecho están alcanzando en el conjunto de la sociedad, con la consiguiente desafección para la estabilidad del matrimonio que ello comporta. La Iglesia no puede dejar de iluminar esta realidad en su discernimiento de los «signos de los tiempos».
EXHORTACION APOSTOLICA
«FAMILIARIS CONSORTIO»
(22- XI-1981)
JUAN PABLO II
Excelencia Reverendísima:
1. El Año Internacional de la Familia constituye una ocasión muy importante para volver a descubrir los testimonios del amor y solicitud de la Iglesia por la familia(1) y, al mismo tiempo, para proponer de nuevo la inestimable riqueza del matrimonio cristiano que constituye el fundamento de la familia.
Millones de hombres y mujeres, educados según una ley muy sencilla de la biología y de la psicología, se amarán “heterosexualmente” y permitirán el nacimiento de nuevos hijos. Como nacimos casi todos los que formamos parte de la familia humana...
Steve Mosher, experto en demografía y presidente del Population Research Institute, publicó un artículo en el que da a los cristianos diez razones para pensar seriamente en la posibilidad de tener más hijos que el promedio actual. Aquí se condensan.
1. Tener otro hijo, permite unirse a Dios en la creación de un alma inmortal». «Los padres tienen la oportunidad increíble de asistir a Dios en la creación de un alma inmortal y, como lo dijera el cardenal Mindszenty, ni los ángeles recibieron tal gracia.