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Una “discriminación” inevitable

Millones de hombres y mujeres, educados según una ley muy sencilla de la biología y de la psicología, se amarán “heterosexualmente” y permitirán el nacimiento de nuevos hijos. Como nacimos casi todos los que formamos parte de la familia humana...
La legalización del “matrimonio homosexual”, según repiten algunos insistentemente, eliminaría discriminaciones que durante siglos (y milenios) han marginado a quienes sienten atracción por personas del mismo sexo. Tal medida legislativa permitiría a estas personas el vivir unidos bajo un acuerdo tan profundo y tan intenso como lo es el matrimonio.
Sin embargo, la sociedad va a encontrarse con una situación extraña a lo que ha sido, hasta ahora la historia, y en contradicción con lo que han afirmado las religiones y casi todas las distintas culturas del planeta. En primer lugar, porque se estará dando a la palabra “matrimonio” un significado que no tiene. Si antes “matrimonio” era una unión entre personas de distinto sexo abierta a la procreación, ahora se usa el término (de modo abusivo) para designar simplemente un contrato entre cualquier tipo de personas (también del mismo sexo).
En segundo lugar, con la nueva definición legal de “matrimonio”, se va a crear una división radical entre dos subtipos de matrimonios. En el primer grupo, será posible que nazcan hijos desde la complementariedad sexual de los esposos (porque son hombre y mujer). En el segundo, en cambio (los matrimonios entre homosexuales caerían en este grupo) resultará completamente imposible que nazcan hijos a partir de las relaciones sexuales entre los contrayentes del mismo sexo.
Esta situación puede provocar muchos problemas. Uno será el que no pocos homosexuales sentirán el deseo, para imitar en algo al matrimonio verdadero, de buscar la adopción de hijos nacidos a partir de las relaciones entre personas heterosexuales, mientras que éstos muchas veces no querrán que sus hijos sean adoptados por los matrimonios homosexuales.
Otro problema será el que entre los homosexuales pueda surgir un fuerte complejo de inferioridad: nunca una pareja del mismo sexo será capaz de engendrar un hijo por sí misma. Las parejas de mujeres, es verdad, podrían tener hijos, pero sólo recurriendo al esperma de varones, de algún donador ajeno a la pareja. Quizá también algún día puedan tener hijos por clonación o alguna complicada técnica reproductiva, pero en esos casos dependerían completamente de los laboratorios, y a costos nada despreciables.
En cambio, las parejas heterosexuales (por ahora mucho más numerosas que las otras parejas) podrán tener uno o varios hijos. Esto producirá un fuerte desequilibrio numérico entre los hijos de parejas heterosexuales y los “hijos” (solamente adoptados o con el recurso a personas externas a la pareja) de las parejas homosexuales. No es difícil intuir que este desequilibrio también podrá ocasionar tensiones sociales difícilmente superables.
Supongamos, hipotéticamente, que a partir de la legalización del mal llamado “matrimonio homosexual” se diese un fuerte aumento del porcentaje de parejas homosexuales. Entonces será muy probable que ocurra una de estas dos cosas: o que se dé una fuerte disminución de la natalidad en toda la sociedad (y ya las tasas de fertilidad son sumamente bajas en muchos países del mundo, especialmente en España); o aumente en mucho la petición de adopciones, lo cual no será del agrado de mucha gente (como ya dijimos), que no quiere que los niños huérfanos o abandonados sean acogidos por parejas homosexuales.
Los legisladores y los líderes de la sociedad necesitan tener presentes estos aspectos, para nada marginales, cuando piensan erróneamente que basta con declarar por ley que puede ser llamado matrimonio cualquier tipo de unión, sea homosexual o heterosexual, para que así se supere una discriminación que, en realidad, es constitutiva: una relación homosexual será siempre infértil.
Estamos a punto de iniciar una época de tensiones y de problemas nada fáciles de resolver. Mientras, millones de hombres y mujeres, educados según una ley muy sencilla de la biología y de la psicología, se amarán “heterosexualmente” y permitirán el nacimiento de nuevos hijos. Como nacimos casi todos los que formamos parte de la familia humana, y como quisiéramos que puedan nacer y ser educados, en un clima de amor y de complementariedad sexual, cada uno de los hombres y de las mujeres del mañana.