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Aprendiendo a ser padres

La regla de las tres C

Mi mamá me regaña y hasta me castiga cuando descubre que le he dicho una mentira, platica Maru, de ocho años de edad. Lo raro, continúa la niña, es
que ayer fuimos a un restaurante y de buenas a primeras me dijo: ’Ahí
viene la señorita, si te pregunta tu edad le dices que tienes seis,
¿entendiste?’

Su sueño era matar a su padre

Tim tenía tres sueños: Salir del correccional, convertirse en jefe de una banda y matar a su padre.

 

A los tres años su madre lo ató a un poste eléctrico y se marchó para siempre. Su padre se encargaría de él. Sí, se encargaría de maltratarlo: Cuatro veces le rompió la nariz y, cuando tenía cinco años, le dio una paliza tan fuerte que lo mandó por dos años al hospital. 

 

Los hijos, ¿propiedad o misión?

Estamos acostumbrados a hablar de los hijos como si se tratase de algo propio, de una “posesión”. Tenemos un coche, tenemos una casa, tenemos un libro, tenemos un perro y... “tenemos cuatro hijos”.

Gracias a Dios, el coche no va a exigir sus derechos, ni va a gritar que no nos quiere. Si no arranca, lo llevamos al taller. Si después de dos semanas de arreglos no funciona, lo vendemos al chatarrero. En cambio, si el niño “no arranca” en la escuela...

Tradición: un valor que “hace” a la familia

Sin duda los mexicanos somos un pueblo que atesora sus tradiciones. Esto nos viene desde nuestros antepasados indígenas, que apreciaban mucho sus “raíces” y, ciertamente, también nuestros antepasados españoles eran un pueblo con mucho apego a sus tradiciones. En otros ámbitos, como lo social, lo religioso y hasta en lo estético, las tradiciones tienen un elevado lugar en nuestra jerarquía de valores.

Amor, amor. . . amor.

En la puerta de un hospital hace poco más de un año:

-Padre, perdone: ¿Ya se va?

-Sí, sólo viene a atender a un paciente.

-¿No podría pasar a ver a mi hermana? Le acaban de decir que su bebé probablemente tenga Síndrome de Down.

-¿En qué cuarto está?

Artesanía familiar

Tener hijos es uno de esos asuntos que no requiere de ninguna preparación formal; pero ser un auténtico padre de familia exige el ejercicio de decenas de virtudes dentro de un esquema claro de valores y una adecuada preparación pedagógica. Es decir, entre tener hijos y ser un buen padre, existe una diferencia tan grande como la que encontramos entre un charco y el agua pura.