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La familia es cosa de todos

A finales de Marzo se llevó a cabo en nuestro país un evento muy significativo: el Tercer Congreso Mundial de Familias. Ciertamente, yo soy de los que creen que los congresos raramente producen resultados útiles; pero esta vez creo que fue diferente. Asistieron personas de casi sesenta países, cuarenta y cuatro diplomáticos acreditados en la ONU, diecinueve ministros de familia de otros tantos países y algo más de tres mil quinientas personas. Un éxito en los números, pero creo que lo fue más aún por el interés de los asistentes y la calidad de los ponentes. Varios conceptos sobresalieron, pero creo que el más importante fue la propuesta de que todas las políticas públicas tengan un enfoque de familia, es decir, que las políticas de gobierno a todos los niveles se hagan considerando las necesidades de la familia. Y hubo recomendaciones similares para el sector privado.

Sin embargo, hay algo que no me acabo de gustar, aunque no fue realmente cosa del Congreso, sino de algunos de los ponentes y de las participaciones del público en los paneles. Hay muchos que al pensar en familia, tal vez sin darse cuenta, se enfocan solo en la mujer. ¡Como si los papás no debiéramos interesarnos fuertemente en las cosas de la familia!

“Mi política de familia es fortalecer a la mujer” dijo un gobernante, con la obvia aprobación del público. “Cuando formas a un hombre, formas a una persona; cuando formas a una mujer formas a una  familia”, se dijo en un panel. “La mujer es la que forma a los hombres” decía muy convencida otra señora. Y así podría seguir. De hecho, frases así son parte de la “sabiduría convencional”. Y, efectivamente, parece que este criterio es seguido por organizaciones sociales, iglesias, escuelas y todos los que pretender hacer algo por la familia. ¡Tal parece que la familia es solo cosa de la mujer!

¡No! No puedo aceptar esto. La familia es cosa de papá y mamá. Pensar de otro modo ha traído resultados funestos. El primer resultado ha sido que el hombre se desentienda de la educación de sus hijos. Después de todo, no es asunto de él. Al varón le toca ser el proveedor y debe dejar a la señora esa tarea. Y, así, tenemos a innumerables familias donde el papá no tiene más que una presencia lejana en la educación de los hijos. Eso sí, le toca el papel de ser el castigador de último recurso, el que sirve a la mamá para amenazar a los hijos, cuando no puede con ellos. “Ya verás cuando llegue tu papá” le dicen al descarriado. Y, claro, ahí llega el papá a hacer el papel de ogro.

Podríamos seguir con el tema, y probablemente lo haga pronto. Pero quisiera terminar con otro punto: La parte más enferma de nuestra sociedad somos los hombres. Los hombres son el 90% de los encarcelados (más, en el caso de los reos de homicidio); 90% de los suicidas, 80% de los alcohólicos, 70% de los drogadictos… ¿Habrá necesidad de seguir? Ya es hora de que los hombres nos hagamos también responsables de la educación de los hijos y de que algunas  mujeres (no es el caso de todas) acepten que también tenemos mucho que aportar a esa educación, para que los hijos reciban una formación completa.  No, la familia no es cosa de la mujer. Señores, es también cosa nuestra. Hay que tomar ese toro por los cuernos y terminar con esa mala costumbre, que en mala hora adquirimos, de dejar tan grave asunto solamente a las mamás.