Desde El Fedón, diálogo de Platón, se ha hablado mucho sobre la inmortalidad del alma. Dice el cantante José Luis Perales: “hay momentos en esta vida, tan felices, que pienso que el cielo lo tengo aquí -¿Y son frecuentes esos momentos? -Son intensos, maravillosos, pero no demasiado frecuentes. Por eso pienso que hay una vida después de ésta. No es lógico que vengamos a este mundo a pasar un minuto de felicidad por mil de infelicidad. En lo más profundo de mi ser hay el convencimiento de que hay otro mundo que no es así. No nos conformamos con que un día salga el sol y esté todo precioso, sino que queremos que sea siempre”. Recuerdo haber leído de un famoso general que en su epitafio mandó poner, entre otras cosas, los días que fue feliz, que eran bien pocos, y añadía, “y no todos seguidos”… una mujer al que se le murió el marido de accidente, a quien quería mucho, puso en un libro que le dedicó: “con él fui feliz los 30 años que pasé a su lado… todos seguidos”. Pero, aún así, sabiendo que la felicidad depende del amor, en esta vida no lo tenemos todo. Podemos estar contentos, pero no satisfechos por completo, si no en la esperanza de un mundo mejor. Porque llevamos dentro una sed de eternidades, de infinitud...
Hay una cierta intuición en el hombre, en la que se atisba todo esto y algunos autores paganos hablan de hombres que tienen deseo de ser dioses o hijos de dioses. Y el sentimiento de “endiosarse” lleva a la osadía de las cosas grandes. Constituye un endiosamiento: “Si hemos sido hechos hijos de Dios, hemos sido hechos dioses” (S. Agustín).
Esta intuición genera esperanza, que no es olvidar nuestra vida y el mundo. El marxismo clásico consideró a la religión como el opio del pueblo, pues la religión, mientras orienta la esperanza del hombre hacia una vida futura ilusoria, lo estaría apartando de la construcción de la ciudad terrestre. Pero hemos visto durante los desastres del siglo XX que en realidad son los sistemas sin Dios los que aniquilan al hombre, o los egoísmos individualistas que tenemos aún hoy: comamos y bebamos, que mañana moriremos es algo nefasto, pues el hombre sólo se realiza con la apertura hacia los demás. Pero tampoco está bien olvidarnos del mundo y pensar sólo en el cielo. Está claro que muchos cristianos han abandonado el mundo de aquí, pensando mucho en el mundo futuro, abandonando las obligaciones sociales… La noción de liberación “integral” propuesta por el magisterio de la Iglesia conserva, a la vez, el equilibrio y las riquezas de los diversos elementos del mensaje evangélico. Amor al mundo. A lo largo de la historia hemos visto concepciones de la vida muy pegadas a gozar de la tierra, y otras que desprecian esta realidad y buscan el cielo. Joan Maragall en su cántico espiritual se refería a un mundo al que amaba, y le costaba imaginar algo más grande: “si el mundo es ya tan hermoso, Señor, … / ¿qué más nos podéis dar en otra vida? /… querría / detener muchos momentos de cada día / para hacerlos eternos dentro de mi corazón”; en el centenario de este gran poeta, recordemos cómo su fe le llevaba no sólo a pensar en un más allá, sino a ver a Dios en nuestra realidad, por eso acababa su plegaria diciendo: “¡Déjame creer, pues, que estás aquí!”