Vuelvo al tema de las vacaciones, dada la vivencia que puedan estar teniendo muchas personas e incluso familias.
El ambiente ofrece la oportunidad de llenar el día… y la noche, de distracciones y diversiones que, a la postre, cansan en lugar de ayudar a descansar. Por el contrario, invito a usted a incluir algo que con frecuencia más bien se evita pero que, si se atiende, puede dar buenos frutos; concédase tiempo para dialogar más a fondo con algún miembro de su familia, para ello no elija la persona con quien más se sienta a gusto, sino la persona que usted piense que más lo necesite o con quien se haya comunicado menos últimamente. También los niños y los jóvenes entren en esta decisión de elegir y actuar en una comunicación más a fondo; no se imaginan la alegría que podrá dar a sus papás o hermanos mayores que ustedes, el que quieran platicar con más calma con ellos.
¿De qué dialogar? Hay algunas relaciones en la familia que se han atorado, que están casi secas, y no se ocurre nada por decir. Si la búsqueda no da buenos resultados, no desistir, hay que seguir ofreciendo y buscando la oportunidad.
Se puede iniciar el diálogo compartiendo vivencias muy personales, con la intención de darse a conocer: algún hecho concreto, los sentimientos experimentados, lo que significó para uno. La persona que escucha, no necesariamente ha de estar de acuerdo con lo que escucha, más bien se trata de acoger en el propio corazón a la persona que está entregando el suyo. Además, dialogar a fondo no significa solamente decir muchas palabras. Es más que ser buen conversador. Es entregarse a la otra persona, acoger a la otra persona.
También hay que tener en cuenta que se dialoga no sólo con las palabras que se pronuncian, sino también con la mirada, con el rostro, con las manos, con todo el cuerpo. Los gestos dicen con frecuencia más que muchas palabras.
Desgraciadamente hay personas que han crecido en atmósfera de familia desintegrada, en que son más frecuentes los gritos, rechazos, insultos, desprecios que las expresiones de amor y apoyo. Si éste fuera el caso, de tener más presentes las experiencias negativas, las cuales ahogan como si no existieran las experiencias positivas, tenga usted en cuenta que hay Alguien que siempre nos ha amado: Dios Trino y Uno. Efectivamente, Dios Padre nos ha amado tanto que nos ha dado a su Hijo, el cual, agradecido con su Padre Dios, también nos ha amado, dando la vida por nosotros; y la ha dado no porque seamos buenos, sino porque somos pecadores pero para que seamos buenos y virtuosos; además nos ha dicho, con su palabra y con sus obras, que no somos sus siervos, sino sus amigos; también nos ha dado su Espíritu, para sostenernos como amigos de Jesús. En este Dios Trino y Uno está la fuente de la comunicación que da comunión, para ensayarla en la relación familiar. Desde la comunicación de Dios Trino y Uno, nos podemos en la familia como regalo de Dios: el otro, regalo de Dios para mí, yo regalo de Dios para los demás –subrayo: regalo, no carga ni fastidio-; por lo mismo, nos vemos como pertenencia mutua; el otro como alguien que me pertenece y yo en pertenencia a otros –subrayo: pertenencia, no división y antagonismo; de modo que nos aceptemos y sobrellevemos mutuamente, y nos ayudemos en el mutuo desarrollo –subrayo: no para tener envidia sino alegría con el desarrollo del otro-. Si esto lo vivimos en la familia de manera consciente, libre y amplia, la relación fuera de la familia será plenamente humana, al vernos en pertenencia mutua, en mutuo apoyo para el desarrollo; en suma, como una gran familia humana, más aún como la familia de los hijos de Dios.
Cada día es propicio para dar el primer paso, y el segundo y los siguientes; a fin de buscar un acercamiento, una reconciliación, una comunicación más profunda. Si en las vacaciones se organizan tiempos de diálogo, será una magnífica inversión que no dejará de dar sus frutos.
María de Guadalupe, Madre de Jesús y Madre nuestra, nos acompaña en este proceso de comunicación y comunión familiar.