En torno al proceso de beatificación y canonización de San Juan Diego me llamó la atención la fortaleza y constancia con las que el Señor Cardenal Norberto Rivera impulsó y apoyó esta causa, difundiendo tanto autenticidad de su figura histórica como el admirable milagro guadalupano, ocurrido en el siglo XVI en el Cerro del Tepeyac.
Por otra parte, el 22 de junio de 2008 hubo una histórica manifestación en favor de la vida del no nacido. Según el periódico Reforma asistimos alrededor de 20,000 personas. Tengo muy grabada en la memoria aquellas palabras que pronunció el Señor Cardenal, con gran energía, en la Villa de Guadalupe.
Hizo hincapié, como tantas otras veces, en que los ciudadanos mexicanos teníamos que acudir a los argumentos biomédicos y jurídicos para defender la vida humana, que se inicia desde el momento mismo de la concepción y esa vida debe ser respetada –dentro y fuera del vientre materno- hasta su muerte natural.
También comentó que a todos nos preocupa la situación de las madres con embarazos inesperados pero que debemos buscar soluciones justas y dignas porque ambos tienen derecho a vivir.
Subrayó una innegable realidad: que hay quienes lucran destruyendo vidas humanas y había que denunciar esos abusos homicidas. Y que se debía imponer la luz de la verdad porque la vida humana es un derecho inviolable y fuente de todos los demás derechos.
“Nuestro Estado –aseveró- es un Estado Laico, que reclama la clara separación y respeto entre las realidades temporales y las realidades religiosas.
“La verdadera laicidad es la que escucha la razón, no la que se deja llevar por la sinrazón de una imposición de tipo político”.
Con el mismo temple ha defendido el derecho de los enfermos terminales a recibir todos los cuidados médicos y el cariño para que puedan tener una muerte, acorde con la dignidad humana, y no pretendiendo imponer leyes criminales como la eutanasia o el suicidio asistido.
Recientemente, con ocasión de que la Asamblea de Representantes del Distrito Federal aprobó por mayoría la legalización de los matrimonios homosexuales, con la posibilidad de adoptar niños, el Cardenal alzó su voz condenando semejante aberración, que se opone al Derecho natural, a la lógica y al más elemental sentido común.
Ha puesto el acento en lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia sobre los homosexuales, esto es, el ser tratados con respeto, comprensión y delicadeza y evitar todo signo de discriminación injusta.
La Iglesia no promueve la homofobia tampoco condena en sí misma a la homosexualidad sino las relaciones sexuales entre homosexuales, por considerarlos “actos intrínsecamente desordenados, contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual”. (confrontar el Catecismo de la Iglesia Católica, número 2357).
De igual forma, las personas homosexuales están llamadas a vivir la castidad. Mediante virtudes relativas al dominio de sí mismo que eduquen en la libertad interior, apoyándose en la oración, en la gracia sacramental. Ellos pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana (confrontar Catecismo, número 2359).
A partir de estas declaraciones ante los medios de comunicación y en las homilías del Sr. Cardenal, en plena concordancia con el Magisterio multisecular de la Iglesia, se ha iniciado una campaña mediática atacando su figura y la postura, en general, de la Jerarquía Católica.
Muchas veces se han manipulado las palabras del Sr. Cardenal, sacándolas fuera de contexto para generar polémica con los grupos radicales. Por ejemplo, una cita de los Hechos de los Apóstoles en la que las autoridades civiles prohibieron a San Pedro y a San Juan predicar sobre el nombre de Jesús. El Primer Vicario de Cristo replicó que antes que cumplir los mandatos de los hombres, obedecerían a Dios.
De acuerdo al semanario Desde la Fe, el Cardenal lo mencionó para responder a quienes pretenden que la Iglesia ya no predique los valores evangélicos y acepte calladamente cuanta ley aprueben los legisladores.
Lo que el Cardenal quiso expresar es que antes que obedecer el mandato del mundo que busca silenciar a la Iglesia, ésta obedece al mandato de hablar con claridad de parte de Dios.
También el Sr. Cardenal ha expuesto su preocupación por esos niños indefensos que sean adoptados por las parejas de homosexuales.
De acuerdo a la Convención de los Derechos del Niño de la Organización de las Naciones Unidas, todo niño tiene derecho a su dignidad, honra y reputación y debe ”ser protegido de toda forma de abuso, incluyendo la explotación sexual y protegido contra el desempeño de cuanto sea nocivo para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral o social”.
Pienso que si los hijos de los cónyuges que se divorcian sufren tanto psíquica y moralmente, ¿qué no podrá ocurrir con los niños de estas parejas? Reconocidos psiquiatras afirman que los datos que aporta la experiencia médica en esta materia, son los siguientes: soledad, deseos de huir, falta de identidad sexual, inseguridad, sentimiento de vergüenza de no pertenecer a un matrimonio normal, dolor a ser ridiculizado y discriminado, tristeza, depresión, baja autoestima, rebeldía, delincuencia juvenil, habituarse a mentir para ocultar su realidad, adicción al alcohol, a las drogas, ideas suicidas, etc.
Ahora, más que nunca, es el momento en que los católicos debemos estar unidos en torno a nuestros Pastores y rezar por ellos.
También hacer eco de sus enseñanzas en el ambiente en el que habitualmente nos desenvolvamos y esforzarnos por influir positivamente en la opinión pública.
Porque es innegable que hay toda una corriente de jacobinos trasnochados, ésos de pelucas empolvadas que recuerdan el anticlericalismo de Voltaire y se jactan ahora de ser “políticamente correctos” y “progresistas”, pero que caen en una anticuada conducta intolerante, pretendiendo reducir la actividad de la Iglesia al oscuro rincón de una sacristía.
Ven como una supuesta “amenaza” para el Estado “laico” el hecho de que la Jerarquía eclesiástica se pronuncie sobre temas vitales como la defensa de la vida, de la familia, de los valores perennes, del derecho de los padres sobre la educación de sus hijos, etc.
A lo largo de XXI siglos de cristianismo nunca han faltado figuras públicas que han pretendido acallar, eliminar o acabar con la Iglesia; con sus fieles y sus pastores.
En el siglo XIX los liberales no pudieron apagar la voz de la Iglesia. En el siglo pasado Adolfo Hitler en Alemania y José Stalin en Rusia, también lo intentaron pero fracasaron rotundamente.
En México, Plutarco Elías Calles, y tantos otros, durante la Guerra Cristera pretendieron aniquilar el mensaje del Evangelio, pero su lucha fue en vano por la sencilla razón de que la Iglesia tiene raíces sobrenaturales ya que fue instituida por el mismo Jesucristo.
Me dio mucho gusto leer una carta que la agrupación “Unión de Voluntades” envió al Arzobispo de la Ciudad de México, brindando su apoyo solidario.
Considero que vale la pena que, en estos tiempos de dura prueba, también nosotros defendamos y demos la cara por el Cardenal Norberto Rivera, por los demás obispos y directivos de la Conferencia Episcopal de México, quienes en forma tan valiente y llena de fortaleza -siguiendo el admirable ejemplo del Papa Benedicto XVI-, están exponiendo con meridiana claridad la fe cristiana, su moral y la verdad liberadora del Evangelio.